La nostalgia parece haberse convertido en el signo de los tiempos. No es un concepto nuevo, pero parece inundarlo todo en una mirada hacia atrás donde todo parecía mejor. Ya el título de la película debut de Jonah Hill en la dirección, En los 90, nos podría poner sobre alerta. Por fortuna, Hill sitúa su película en un momento determinado por unas razones concretas (su coincidencia de edad con el protagonista) y decide mantener un riguroso punto de vista salvando a su película del mero ejercicio nostálgico.
En los 90 apelará en primer lugar a todo aquel que fue adolescente en la época mencionada en el título: los skates y el grunge como base estética es un fondo que Hill utiliza para contextualizar una época de la que poco más sabemos (al igual que su protagonista). Por otra parte, la familia desestructurada como concepto parece ser uno de los leitmotiv de cierto cine indie al que la película también se acoge, y que termina siendo uno de los puntos más interesantes. En los 90 da su salto de lo local a lo universal presentando unos entornos que no son muy diferentes de los que podríamos encontrar en cualquier país desarrollado: progenitores despreocupados en ambientes que rozan lo paupérrimo y una desesperación en los vástagos que ven poca salida a su situación. Aquí Hill se aleja de la que probablemente sea la película referente de su época: el Kids de Clark y Korine sobrevuela durante el metraje de En los 90 pero evita toda sordidez y, en definitiva, desesperanza. No deja de tener mérito poner a tu protagonista a fumar, beber y drogarse y hacerlo con una mirada limpia, atendiendo a las consecuencias de los actos pero sin los moralismos habituales. Jonah Hill prefiere dejar de lado las sinrazones de los actos (poco o nada de contexto tenemos sobre el hermano y la madre del protagonista, Lucas Hedges y Katherine Waterston, respectivamente) y centrarse en la búsqueda de la amistad de su protagonista, un luminoso Sunny Suljic.
Jonah Hill demuestra además una cierta intención en la puesta en escena de la película que le hace destacar sin tampoco querer inventar la rueda. El rodaje en 16mm con formato cuadrado no deja de dar a la obra una pátina de found footage, como de película que nos birlaron en los 90 que hemos vuelto a recuperar. Todo ello sin caer en un banal ejercicio de estilo, sino atendiendo a los personajes en sus entornos, sus miradas y sus silencios entre tanto nigga y faggot perenne en las bocas de los chicos. La mirada inocente e ilusionada de Sunburn, el protagonista, es la mirada de la cámara que lo ve todo por primera vez y piensa que no puede haber nada más cool. Ya habrá tiempo para que su mirada se agrie, así que Hill decide capturar ese momentos “antes de que los chicos se conviertan en unos capullos”.
En los 90 acaba siendo una película consciente de su pequeñez pero a la vez pendiente de dejarnos una huella, que en este caso no es una herida sino un bálsamo consistente en dejarnos claro que cualquier otro tiempo simplemente fue otro, el nuestro, pero no mejor, y que el drama siempre existirá y es posible superarlo. Como decía mi amigo Antonio: “La película que dirigiría Larry Clark si fuese buena persona”. No se me ocurre mejor definición.
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