Al Pacino es uno de esos actores icónicos que han marcado una época en la historia del cine. Pronunciar en voz alta su nombre es gritar cine en mayúsculas. Últimamente sus apariciones no han sido tan extraordinarias como nos tenía acostumbrados, no obstante siempre deja muestras de su talento, solo hay que ser un buen observador para descubrirlas. Esta película es una prueba muy clara.
El señor Manglehorn es una historia realista de un hombre maduro cercano a la vejez que trabaja ayudando a las personas como cerrajero. Se siente solo en su día a día pero no tiene miedo a estarlo, es feliz en su soledad y se conforma con lo que la vida le ha obsequiado, un hijo interesado que solo acude a él cuando tiene problemas y unas rutinas diarias salpicadas con momentos de plena felicidad al lado de su nieta con la que mantiene unas charlas de lo más curiosas. Solo tiene una espinita clavada, su gran amor perdido convertido en una obsesión de nombre Clara al que manda cartas y regalos sin respuesta. Nadie podrá superar a esta mujer en cuanto a amistad u amor ni ningún amigo ni ningún ligue espontaneo como la empleada del banco del que él es cliente, una estupenda Holly Hunter a la que hacía tiempo no veíamos. Solo su gata Fannie está a la altura.
Al Pacino no solo es el protagonista del film. Su presencia llena la pantalla y proporciona algunas escenas de gran calado con frases ingeniosas que sin duda están a la altura de aquel que las pronuncia. Todo lo contrario sucede con su “amigo” Gary, un antiguo alumno suyo al que entrenaba y que nos dará más de un dolor de cabeza con su cháchara sin sentido.
David Gordon Green, al que recordamos por trabajos como Joe o Superfumados, es un director que mezcla a la perfección el cine narrativo o de prosa y el cine poético o contemplativo del que es un fiel creador el gran Terrence Malick, aunque su propuesta es más light. En esta ocasión el primer tipo de cine devora al segundo. Ambos colaboran para que El señor Manglehorn posea un ritmo lento, una larga carretera con rectas interminables sin apenas curvas que nos sobresalten, quizás la airada discusión con Gary en su salón de masajes y la operación de su mascota por haberse tragado una llave sean los momentos más emocionantes del film.
Si algo le falta al conjunto es realismo aunque sea eso lo que busque mostrar. Es más, las anécdotas mágicas que cuentan del señor Manglehorn y algunos momentos de naturaleza surrealista como el accidente que contempla Al Pacino donde la sangre es sustituida por pedazos y zumo de sandía o el episodio con un mimo abriendo una puerta con una llave invisible le alejan de esa pretensión, escenas todas ellas de gran lirismo.
La banda sonora corre a cargo de dos grupazos como son Explosions in the sky y David Wingo, sobresaliendo al principio y al final del film, el resto de los temas son de relleno y meramente ambientales.
Así, la idea de que el genial actor con su sola presencia mejore el film es muy osada y a fe que no lo consigue, solo lo salva a medias. David Gordon Green tendrá que intentarlo en otra ocasión porque con El señor Manglehorn el experimento ¡le ha salido rana!
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