A ritmo de mariachi y salpicado de sangre, aunque no me había sentado en ninguna de las primeras filas, salí el otro día de la sala de cine donde pude ver El mal que hacen los hombres, una película rodada en Cataluña con atmósfera y maneras mexicanas, con actores españoles y hablada en inglés.
Decir que este país tiene un problema con la delincuencia y la violencia no es nada nuevo. No hay un día que no salgan en las noticias casos de personas desaparecidas o secuestradas. En este film le ha tocado la china a una niña, hija de un famoso narcotraficante con la tapadera de empresario honrado que es llevada y entregada en una nave alejada de todos y de todo a dos peligrosos hombres, un médico y un sicario del cártel de un poderoso rival. Este es el lugar escogido para hacer torturar los cuerpos de sus enemigos y también la tumba de muchos de ellos. Un infierno en la tierra en el que no se queman los cadáveres sino que se congelan en una cámara frigorífica.
El México más tradicional cercano a sus costumbres y sus particularidades aparece aquí mezclado con el más moderno. Las taquerías ambulantes, los predicadores de barraca, los altares improvisados a la Virgen de Guadalupe y los posters que anuncian combates entre deportistas de lucha libre sirven de marco para una historia de violencia desatada desmedida y cruel, una realidad actual que no nos gusta ver.
Asesinar a alguien allí se ha convertido en algo sencillo haciendo que una vida humana valga muy poco con una policía a veces corrupta que mira hacia otro lado cuando salen los billetes a la luz llenando sus bolsillos. Es difícil que algo bueno salga de todo esto pero lo consigue Ramón Termens al incluir en la ecuación a una niña pequeña que intenta sacar lo mejor y lo más humano que esos asesinos tienen llegando a hacerse amiga de ellos y consiguiendo una ayuda que nadie esperaba con un juego psicológico que al final da unos óptimos resultados.
No todo van a ser tiros, explosiones y sangre a raudales, a veces el corazón en un lugar tan apartado de la mano de Dios como este, no se extirpa sino que se tiene y ayuda a quien más lo necesita. Todos tenemos un límite que no debe ser rebasado de lo contrario nuestras acciones pueden ser totalmente irracionales e inesperadas como puede comprobarse en la escena más gore de la película con una motosierra como arma homicida.
La tensión y el thriller más brutal con influencia de Tarantino no deben confundirnos. El drama se muestra en todo su apogeo cuando se quiere indicar que la bondad reside en todos los seres humanos aunque seamos unos profesionales sicarios que matan a sangre fría, unos cobardes mercenarios contratados a sueldo o unos jefes mafiosos con enormes deseos de venganza. Todos amamos y sentimos y no hay nada que pueda parar algo como eso, ni siquiera el chaleco antibalas más seguro del mundo.
Ese atisbo de esperanza se vislumbra en las acciones y secuencias finales cuando el peso de la conciencia vale más que un trabajo bien hecho. El mal con el rostro de uno de nuestros actores más famosos, el joven Sergio Peris-Mencheta intentará salirse con la suya. Por una vez desearemos que fracase, hoy no es el Capitán Trueno.