La última película de Wes Anderson, El Gran Hotel Budapest, es una delirante comedia que se abre con una niña que sostiene un libro con el mismo título que va a visitar la tumba del escritor que lo escribió; pronto será ese viejo escritor el que nos mire a los ojos y nos cuente cómo conoció la historia de ese viejo hotel y de Mr. Moustafa, su propietario; y de repente ese viejo escritor rejuvenece ante nuestros ojos encarnado en un Jude Law que no tardará en estar cenando con Mr. Zero Moustafa (F. Murray Abraham) e interrogándole sobre su vida; y así seguimos retrocediendo en el tiempo y descendiendo a través de los niveles narrativos hasta llegar a conocer a los verdaderos protagonistas de ese hotel y de esta historia: Gustave H. y el joven Zero.
No es trivial, por tanto, que la película se nos esté narrando en ese subnivel, es casi como si el cineasta nos quisiera aclarar ya desde el primer momento que estamos atrapados en su maraña de historias y que jamás podremos salir de ahí (pero tranquilos, esto no es el Inception de Nolan ni necesitaremos sesudas interpretaciones para adivinar qué es lo que hemos visto en pantalla).
Así la historia de El Gran Hotel Budapest es la historia de cómo el joven Zero (Tony Revolori), un refugiado de guerra que acaba de llegar como botones al Hotel Budapest, es tomado como discípulo por Gustave H. (Ralph Fiennes), el legendario conserje del hotel, para enseñarle los entresijos del oficio, la lealtad, la discreción y de la importancia de ese oficio casi extinto. Y así el director norteamericano nos traslada al país imaginario de Zubrowka en los años 30, una república ficticia llena de montañas y que recorreremos junto con los protagonistas en una serie de aventuras cada vez más alocadas y enrevesadas. Y todo ello mientras la guerra se cierne sobre esa pequeña república, sombra que acabará por convertir el lujoso hotel en un mero recuerdo.
En el apartado visual la película, al igual que todas las de Wes Anderson, resulta impecable y casi resulta difícil creer que ese hotel ni ese país existen. En esta ocasión hay una multitud de actores trabajando en la película, desde Bill Murray, su actor fetiche, a Edward Norton o Adrien Brody, pasando por Owen Wilson, Harvey Keitel, Léa Seydoux, Tilda Swinton o Jeff Goldblum. Y aunque la película dista mucho de ser coral es un auténtico lujo tener unos secundarios como esos para dar vida a los habitantes de Zubrowka.
Y aunque comedia, que nadie espere grandes carcajadas durante toda la película, ya que el particular humor de Wes Anderson es el de la sonrisa o de la media sonrisa constante, el del guiño al espectador atento a todo lo que nos muestra en la pantalla.
Por desgracia El Gran Hotel Budapest no es tan redonda ni tiene ese carisma que tenía Moonrise Kingdom, su anterior película, pero Wes Anderson es un maestro de crear mundos y consigue hacernos creer en hora y media lo que pocos consiguen ya: hacernos creer que ese universo existe y hacer que queramos con todas nuestras ganas traspasar la pantalla del cine y correr junto con los habitantes de ese mundo que pinta solo para nosotros y que sabemos que solo durará vivo el tiempo en que tarden las luces de la sala en encenderse. El viaje hasta allí, sin duda, habrá merecido la pena.
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