El día del espectador: «Power Rangers: la película»

Entrar en el cine con una película ya empezada es de las peores sensaciones que puede haber, solo comparable a perder el autobús e ir corriendo detrás de él a la siguiente parada, donde puede que te subas, pero en el ejercicio de intentar recuperar las pulsaciones te preguntes una y otra vez si todo ese esfuerzo merece la pena. Atravesar una sala oscura, sin intención de meter más patadas de las necesarias mientras intentas alcanzar tus asientos, pero también teniendo una concentración máxima para no perderte los minutos esenciales donde arrancará una historia que te conmoverá y te sacudirá el alma. Power Rangers: la película empezaba con los protagonistas tirándose de un avión, para hacer piruetas en el aire hasta alcanzar el centro de una diana que había en el suelo. Ni que decir tiene que se les abrían los paracaídas y que uno de ellos se tiraba con una tabla de snowboard en los pies para darle a todo aquello más sentido si cabe. Más sentido, claro.

Aquel inicio era todo lo que buscábamos los niños de barrio en los 90, no sabíamos que deporte era aquel o por qué lo de la tabla de snow, pero ese tutti-frutti de cosas guapas nos daban vidilla y hacía resurgir de nuevo el fake news de la época: el niño que se tiró por una ventana vestido de Power Ranger pensando que volaba –existiendo otras versiones donde el  que se mató vestido el disfraz era de Superman o aquel otro que lo hizo vestido de Gokuh, aquel bulo te ayudaba a saber qué estaba de moda en la televisión de la época- cosa improbable porque no se vió a un Power Ranger volar, pero claro, ¿quién estaba preparado para aquella batalla dialéctica?

Cuando ya alcanzamos los asientos, la segunda parte de aquel reto inesperado fue intentar averiguar quiénes eran esos tres nuevos rangers que salían en pantalla que poco tenían que ver con los que veíamos en televisión:

¿Nos habían engañado y aquello no eran nuestros Power Rangers?

¿Qué pasó con Zach, Jason y Trini?

¿La llamaban Trini porque se llamaba Trinidad?

Con la llegada de internet muchas de las dudas que nos corroen en conversaciones triviales, se disipan rápidamente con una búsqueda en Internet Explorer, pero a mediados de los noventa, solo los más pudientes del barrio tenían el poder de la información y para buscarlo había que esperar al horario de tarifa plana y que nadie estuviera esperando una llamada importante al teléfono fijo de casa.  Sería más tarde, cuando descubriríamos que aunque Power Rangers: la película seguía los hechos al pie de la letra de la serie, todavía esos episodios no se habían estrenado en nuestra televisión y que poco importa la continuidad de las cosas cuando lo único que importa es el dinero.

El resto de Power Rangers: la película era lo que se le pedía: un episodio alargado de la serie solo que todas las escenas de acción ocurrieran de noche, porque a cuatro años del estreno de Matrix y tras dos del de Tres pequeños ninjas, la convivencia entre lo ninja y la ropa de PVC brillantita era lo que necesitábamos.

La necesidad constante de tener héroes cuando eres niño se ve huérfana de referentes cuando eres adulto y quizás eso sea la peor de las cosas que perdemos al crecer.

Power Rangers: la película (Bryan Spicer, 1995)