Al ralentí del verano, cualquier nuevo estímulo es recibido como cuando te encuentras la parte más fresquita de la cama en agosto. En condiciones normales, los grandes estrenos cinematográficos llenarían cinco salas de una posibilidad de 20 por multicine, y así en cada ciudad, logrando que al menos todo el primer fin de semana se hablase de aquella escena espectacular donde todo da vueltas o esa otra en la que parece que no, pero al final sí.
Momentos, al fin y al cabo, que se quedarán en la retina de los espectadores hasta el siguiente estreno del viernes que viene.
En esa monotonía de la desazón en la que se convierte agosto, el estreno de otra película de Marvel parecía arrojar algo de emoción, todo sin saber muy bien por qué, ya que tampoco es que yo conociese a sus protagonistas.
Me aficioné a leer cómics gracias al Daredevil de Mark Steven Johnson, Ben Affleck y Forum, en ese nuevo nicho de sacar coleccionables semanales de los grandes arcos argumentales de Marvel, para ir a rebufo de los cada vez más insistentes estrenos de películas de superhéroes. Así fue como caí en la red de las tiendas de cómics del centro, los itinerarios para ir de un sitio a otro, sin importar la época del año o la procesión que tocase. Unos cinco años que pararon un día de repente y que ahora solo queda una vasta colección en la estantería de casa.
Pero con Guardianes de la Galaxia pasó otra cosa, como el rayo que atravesó a Michael Corleone con Apollonia. El desconocimiento de sus personajes y la indiferencia de su estreno me llamaba más la atención que toda la publicidad generada en otras ocasiones.
La película de James Gunn supuso un antes y un después dentro de mi Universo Cinematográfico Marvel y la apuesta por contar otras historias, donde los grises se convierten en héroes acabando con el binomio de buenos y malos, mezclando humor – más todavía en esta nueva tirada del universo capitaneado por Kevin Feige – con cultura popular y todo sazonado con la mitología creada por La Casa de las Ideas, logrando un combo apabullante.
Al salir de aquella sala y hacer frente a la realidad del calor del verano que ni tan siquiera apaciguaba el sistema de goteo del centro comercial, solo existía una idea en mi cabeza: volver cuanto antes a ver Guardianes para comprobar si todo aquello me pilló con las defensas bajas.
Aquel verano sin fin – otro más, donde el cine presentaba la pausa necesaria para responder a las dudas existenciales que presentan el canto de las cigarras – se transformó en la chispa necesaria para que fuese la primera vez en la que arrastrase a mis sobrinos al cine y no al revés