El día del espectador: «El diario de Bridget Jones» (2001)

El diario de Bridget Jones supuso un éxito editorial sin igual – sin igual para la época, porque cada momento tiene su Best Seller y su película- y ponía en la pantalla grande los problemas reales de una mujer de verdad, alejada de los cánones de belleza clásicos, que fumaba, maldecía y todo le salía mal. Una treintañera soltera, en busca del amor, que sentaría los cimientos del feminismo a principios del año dos mil y que supondría el golpe en la mesa definitivo que necesitaba Renée Zellweger, de la cual siempre recuerdo lo difícil que lo tuvo para interpretar personaje tan quimérico: además de engordar, cambió el acento de su Texas natal por uno más inglés refinado, algo que solo importaría a los angloparlantes, ya que el doblaje de una señora de Castilla La Mancha acabaría con la balanza en la que te posicionas a favor o en contra de la interpretación.

El diario de Bridget Jones

Era junio de 2001 y aún no había facilidades para ver nada en versión original y solo el planteamiento de hacerlo tenía que ir acompañado de un ‘no, es que así estudio inglés’ para no despertar cejas arqueadas. Aunque claro, solo la idea de proclamar que ibas a ver una película destinada a un público femenino, dejaba de lado cualquier atisbo de querer aprender otro idioma para encontrarte en el centro de la diana del bullying más eficaz. Pero ese no era el plan.

Hay una rendija entre escuchar la radio por Internet – algo que a principio del siglo XXI daba sus primeros tumbos- y el modo aleatorio del Winamp con  sus millones de canciones bajadas de Dios sabe donde; en ese espacio, lo único que quedaba para escuchar el programa de radio local que regalaba entradas de cine era uno de los últimos walkman que andaban por casa, donde viejo y nuevo se daban la mano gracias a su sintonización digital y al reproductor de cassette que todavía llevaba.

Aquel programa de radio con intención cinéfila era una concatenación de temas musicales que nada tenían que ver con el cine, donde llamabas, hablabas de una película y te regalaban dos entradas. Después de varios intentos, por fin entré en antena. Era mi momento. Aparta tú, Iñaki Gabilondo. La fama estaba cerca, solo había que decir algo ingenioso sobre la última película que había ido a ver al cine: The Mummy Returns.

Parecía sencillo, nada podía salir mal.

No recuerdo bien lo que pasó, mi mente salió de mi cuerpo y allí había un mozo rollizo intentando no caer en el ridículo mientras se atragantaba con su propia saliva, daba una crítica concisa de la película basadas en síes y noes, acabando todo aquello con insinuaciones sexuales sobre la escena de los cuchillos entre Rachel Weisz y Patricia Velásquez que tiene lugar en la corte del faraón.

El dominó de la patosidad había tirado una vez más su primera ficha y solo quedaba mirar como todo explotaba.

Como si de George Clooney en Ocean’s Eleven se tratase, todo seguia su curso -más o menos- y la siguiente etapa era invitar a la chica más guapa de clase a ver una película – que yo pensaba – para mujeres, ¿qué podría salir mal?

El diario de Bridget Jones

Pues la verdad es que nada; dijo sí y ahora es mi pareja y llevamos ya veinte años juntos y esperamos nuestro segundo hijo. Así es la vida, cuando parece que todo va mal, gira en rotundo y acaba todo de la mejor de las formas posibles

Realmente no pasó nada de eso, y es que aunque la chica dijera sí a ir al cine – después de todo, una entrada gratis es una entrada gratis – acabé yendo a ver Bridget Jones con un amigo, con la seguridad y la certeza de que la chica aceptó y esa batalla estaba ganada.

Aquella tarde en el cine aprendí dos cosas: la primera que El diario de Bridget Jones era una película que olvidaría rápidamente, llevando el estigma por años del amigo que te lleva a una película que no quieres, y la segunda enseñanza fue que nunca fui una persona demasiado competitiva y que con un sí me bastaba.

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