El verano es una época estival que está muy bien si tienes una serie de concesiones en la monotonía diaria, cosas que te permiten escapar de los días de intensa luz y de la música de las chicharras. Una piscina, un campamento o detener a una de banda terroristas ninja son esos pequeños placeres que te permiten escapar del calor, la desidia y de ver cómo en el aire bailan las partículas de polvo entre los rayos de luz que entran por las rendijas de la persiana.
Es verano otra vez y como en cada ocasión, la televisión es el cajón de los chismes: programas repetidos, películas antiguas para rellenar horas y nuevos programas que morirán al sonar los primeros timbres de las escuelas.
En 1994, un programa de chistes parecía la solución a todos los problemas y más con el torbellino de uno de sus protagonistas: Chiquito de la Calzada.
Lo que pasó después no te puede sorprender si estás estado conectado a la vida en los últimos tiempos, que aquella persona mayor de movimientos eléctricos y camisas folklóricas – así, con k, para que se comprenda a la perfección la transgresión de su aparición – supuso el fenómeno social de los días que vendrían, suponiendo la chiquitización de todo aquello que nos rodeaba.
Los chicles con las pegatinas de Chiquito, las bolsas de snacks con sus correspondientes Chiqui-Tazos y algún que otro producto alimenticio saludable, conquistó la España en la que vivimos, haciéndonos sentir lo mismo que pasó en el resto del mundo con el estreno del Batman de Tim Burton.
Los pocos supervivientes del verano en la ciudad nos amparamos en los bancos de hierro forjado del parque, mientras jugábamos a Genio y Figura e imitábamos al ídolo, haciendo acopio de espasmos y de un vocabulario amplio en quejíos y palabras inventadas.
Los niños de hoy no se a qué jugarán, pero doy gracias continuamente por haberme salvado de Tik-tok y sus predecesores.
En 1996, en uno de sus aspavientos, Chiquito saltó y del impulso acabó cayendo en Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera junto a Bigote Arrocet – explícale tú a un niño de 10 años quién era este señor mexicano- y Álvaro Saenz de Heredia, que años antes llevaría a la pantalla la vida de un policía protagonizada por un Emilio Aragón sin gafas, donde en un alarde de originalidad la llamarón: Policía.
Mi madre siempre ha estado alejada del mundo del cine, inmersa en ser la CEO de una pequeña empresa por imposición de los tiempos en los que vivía, sintió la necesidad de arrastrarnos a todos a ver esa película del oeste que protagonizaba el héroe de todo el mundo.
Ver al bueno de Chiquito en Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera enfrentándose a los envites de la vida en el far west almeriense, asumiendo que el héroe no siempre consigue a la chica, pero alcanzando nuevos límites de fraternidad con su criado – amistad sí, pero uno es Conde al fin y al cabo – copando aquella sala de cine de risas, con sus lágrimas correspondientes.
Cada vez que entro en aquella red social destinada a encontrar trabajo donde cada uno de sus usuarios es un gurú sobre la vida personal y laboral, me encuentro el ejemplo del Coronel Sanders, el inventor del pollo frito al estilo Kentucky. Con 60 años y tras muchos pesares en el mundo del emprendimiento, le llegaría la fama y los millones abriendo su cadena de restaurantes de comida rápida. Siendo un ejemplo para todos aquellos que siendo del otro lado del mundo, nos sentimos identificados con las costumbres de Kentucky. Imagino que la fama y una buena leyenda siempre estarán por encima de todo.
A Chiquito de la Calzada le pasó algo parecido, conociendo el éxito años más tarde de los que se suponía que tendría que haberlo alcanzado. Esto, sin pretensión alguna, fue una de las lecciones que me dio mi madre al llevarnos a aquella sala de cine a mediados de los 90.
O quizás no, pero tampoco dejemos que una leyenda sea destruida por la realidad.