Las noches en el Cheers son todo un espectáculo, quizás el mejor lugar para lograr la convivencia. Cada noche de fiesta en Antón Martín, decenas de jóvenes se congregaban en el sagrario para no subir a cantar al escenario. Durante toda la noche, sin fin aparente, voces tan distintas como las gentes que las portan cantaban al unísono, al son de una misma armonía. Quien consiguiera subir al escenario carecía de importancia, su voz es engullida por la del resto. Desde luego no es la sintonía del Chicago, en mi Torremolinos natal. Allí la conexión es más familiar, a veces paternal, pues si algo es Torremolinos hoy en día es una ciudad de nostálgicos. Allí los jóvenes que no terminan de conocer las ruinas que habitan conviven cantando ‘La puerta de Alcalá’ con los que vivieron tiempos mejores. Sólo en ese instante, entre Britney Spears, María del Monte y el guiri de la Victoria, se logra la comunión. La noche entonces está servida. Secun de la Rosa construye en el Spanglish de Benidorm una fluida escena donde el paso del I will survive al Resistiré queda orgánico; así como si nada las noches en el Cheers cobraron vida en la pantalla. Tras estos años recordando los ochenta, los 2000 entran al juego (lo siento por los noventeros, Pilar Palomero os ama). The Killers, Fito y Fitipaldis, Amy Winehouse o Adele conviven ahora junto a Liza Minelli como ocurría antaño en las noches del Chicago. Se inaugura así un salto generacional que engloba al fin el presente y el pasado. La nostalgia nos ha alcanzado.
El cover devuelve la fiesta costera a la vida, como si lo que estuviese muerto no pudiese morir. Un Benidorm a imagen y semejanza de Los Ángeles de Damien Chazelle es el escenario de esta ocasión. Entre la luz del sol y de los neones, Dani recorre las bambalinas del paseo marítimo, lejos de la miradas de los ingleses y alemanes. Y quien viva en ciudades de este tipo de verdad comprenderá el por qué de las «bambalinas». Ante el turista hay una máscara, una ilusión que durante dos siglos ha oscilado entre el exotismo y la condescendencia, paradójicamente fluyendo en ambos sentidos. Es algo que no termina de estar en el Benidorm que nos propone Secun de la Rosa, que al igual que el personaje de Amy se cree su propia mentira hasta el punto dejar de existir. La fantasía generada en la ciudad la convierte en un no-lugar, una ciudad fantasma en las que sus personajes están atrapados viviendo en bucle algo que sólo existe en su imaginación. Me resulta llamativo pasear por el Benidorm de El cover como si de Silent Hill se tratase, cuando pasear por Torremolinos es como recorrer las ruinas de la Tierra Media.
Suerte que el cine es el único lugar donde la fantasía está bien vista. A ella se abrazan sus personajes escapando del mundo decadente que acecha tras el velo. La fantasía de cantar en un hotel encarnando a tu ídolo, de alegrar los corazones de los turistas, – ¡qué lejos queda la amargura de Pepa, que recorría la playa para vender entradas de discoteca en Ama! -. Incluso el listón del artisteo se ve alterado cuando el mayor éxito es triunfar en un hotel. El cover se atreve a gritar por la felicidad en tiempos del éxito imperativo. Dani, que desde el rechazo observa, rechaza el artificio. Pretende, en una ciudad de artistas, ser camarero. La gama de personajes que moran por la ciudad fantasma idolatran en mayor o menor medida lo que los demás hacen. Los paraísos artificiales que tantas carreras arruinaron cambian de forma; la droga ahora es ser otra persona, y Secun de la Rosa lo apoya y advierte a partes iguales dejando que cada cual se sienta a gusto con quien quiera ser. «Que me busquen por dentro». Sea quien sea, búscame por dentro.
Imagino que tal sentencia también se aplica a la película per se. Desde luego su apariencia comercial no le hace justicia a un ejercicio absoluto de valentía que, sin embargo, trae algo de complejo. Iniciar tu ópera prima con un plano secuencia es un disparo de advertencia que termina por herirle a uno en la pierna. Lo mismo ocurre con el glamour de su estética, que apunta a la ciudad de las estrellas con un billete de autobús. Es atrevido afirmar todo esto, por suerte me faltan pruebas. Secun de la Rosa hace gala como cualquier actor-director de su obsesión en el acting, y la cámara ha de obedecer a todas sus directrices. La magia está en sus personajes, en la disociación de la realidad que acucia el drama. Literatura y teatro brillan cuando el montaje atosiga sin dar respiro. En ese juego de tensiones, un director novel como Secun de la Rosa se maneja como puede saliendo ciertamente airoso.
En España, un actor que comienza a dirigir pocas posibilidades tiene de volver a actuar. A Alfonso Sánchez le hemos perdido la pista, a Paco León más le vale coger el gusto a estar detrás de las cámaras, y algunos ya han perdido la esperanza por volver a encontrarse con Eduardo Casanova. Raúl Arévalo ha sido el único en allanar el terreno y quiero pensar que Secun de la Rosa puede ser el siguiente. En su imaginación, Benidorm es un lugar posible. Lo que aguarda tras el velo sólo pertenece a los valientes, y a él no le faltan agallas.