Decía el grupo Duncan Dhu en su canción ochentera Una calle de París que solo quedaba ya un cuadro y un colchón. En el film de Stanley Tucci, El arte de la amistad, al final ni eso porque la pintura no se llegó a rematar y del colchón ya nunca más se supo nada. Fueron dieciocho intensas y agotadoras sesiones las que necesitó el artista Alberto Giacometti, en su estudio de la capital francesa para intentar atrapar el alma y parte del cuerpo del escritor, coleccionista y crítico de arte, James Lord. Los dos hombres establecieron un vínculo al que llamaron amistad durante el proceso de creación artística, un pintor y escultor genial y famoso retratando a su modelo que posó sentado a su lado grabando en su memoria agitados momentos de su vida durante ese año 1964. Un año después Ford publicaría su libro Retrato de Giacometti que recogía los diálogos entre ellos, sus experiencias y la relación recién nacida durante esos días.
Por ese estudio desordenado, caótico y plagado de botellas de cristal vacías o de dinero ahorrado, Giacometti no confiaba en los bancos aunque era suizo, pasaron algunas de las personas importantes en la vida del conocido artista. Su mujer Annette Arm que perdonaba su infidelidad, su hermano Diego que controlaba sus contactos y finanzas y su amante Caroline, prostituta con la que vivía y descontrolaba en los cafés de la noche parisina. Algunos son grises como sus lienzos, sombras desprovistas de humanidad, empequeñecidos por un espacio que los asfixia, otros como la joven mujer de la noche visten de manera brillante con colores vivos destacando en la triste y fría atmósfera que se respira en el estudio. Son algunos paseos en coche los que hacen que salgamos de ese opresivo lugar, las caminatas por el cementerio tienen el efecto contrario, subrayando el deprimente mundo por el que se mueve nuestro querido Geoffrey Rush. Luces y sombras en París, exteriores adoquinados y coloristas de las calles e interiores locos y desquiciantes como el trabajo que domina a este creador y a su pincel ¡Magnífico trabajo el del director artístico!
La música francesa de jazz que pone banda sonora a El arte de la amistad, una biografía filmada, también se relaciona directamente con el espacio o el tiempo en el que suena. A un lugar triste le corresponde una tonada más melancólica y apesadumbrada, a un lugar más alegre y divertido por el contrario Stanley Tucci le proporciona como música de fondo unas notas más vivas y rápidas.
Después de una hora y media de película salimos conociendo un poquito más de la vida personal y laboral de este genio, su cotidianidad y su manera de trabajar, como la de todos los artistas única, inimitable y con denominación de origen. Con él fumaremos como un carretero, beberemos hasta decir ¡basta! y hablaremos al cuadro como si este pudiera escucharnos. Quemaremos viejos dibujos en el patio, nos quejaremos en voz alta del modelo y su obsesiva intención de no quedarse quieto un par de minutos seguidos y acabaremos desesperados por lo imposible que parece esta misión.
Como el salvaje Paul Gauguin, Alberto Giacometti vive siempre en un estado de perpetua insatisfacción, busca la obra perfecta que nunca finaliza y lucha contra si mismo y su creatividad usando como armas los pinceles y una tela en blanco. Geoffrey Rush, talento en estado puro borda este complicado papel aportando su granito de arena en forma de imitación nada exagerada. En frente de él Armie Hammer como James Lord es todo lo contrario, vestido elegantemente como un lord y con una vida ordenada que solo se descontrola cuando está cerca Giacometti y sus manías inaguantables.
El arte de la amistad es un largometraje que parece un telefilme. Mezcla en la paleta el drama de una vida no plena y la comedia a ritmo de tambores y frases quejicas. Ingredientes que Stanley Tucci sirvió calientes en la Berlinale y ahora fríos en la cartelera invernal española.