Probablemente ya hayas leído otras críticas sobre El árbol de la vida. Habrás leido que es una Obra Maestra o que es un truño infumable. Ya sabrás que las espantadas en los cines han sido antológicas: gente saliendo a mitad de proyección porque no aguantaban lo que estaban viendo. Y también se han oído aplausos al final de gentes emocionadas ante el mensaje que les había transmitido Malick. El caso es que ambas posturas son completamente comprensibles en una película tan particular como esta. Y yo no te voy a sacar de dudas.
Para que entendáis un poco lo que intento decir puedo poner varios ejemplos personales. Una de mis películas favoritas es 2001, una Odisea en el Espacio de Stanley Kubrick. Generalmente me suelen gustar las películas de David Lynch, cuanto más retorcidas mejor. En cambio, detesto profundamente el cine de Kieslowski y todo el cine francés intelectual. El cine iraní me da un poco igual. Kiarostami no me molesta pero no me fascina. Lars Von Trier me parece un genio al que a veces las películas se le van de las manos. Wong Kar-Wai me gusta y a Isabel Coixet le tengo una manía que no me aguanto. Considero que tengo un nivel de gafapastismo medio, es decir, no digo que si a todo lo que sale de Cannes y Venecia pero tampoco hago ascos a las rarezas.
El sorprendente éxito de taquilla, al menos en su primer fin de semana, y las encontradas reacciones han puesto el foco en una película que, en principio, debería haber pasado por nuestra cartelera sin hacer demasiado ruido a nivel popular. Lo que si es cierto es que El árbol de la vida no es una película normal. Si entendemos por normal una historia con planteamiento, nudo y desenlace y una narración convencional. En mi opinión, el cine ha adoptado esta estructura de la narrativa clásica y se ha anclado ahí. Todo lo que salga de ese esquema es rechazado por el público y sólo parece tener cabida dentro de ciertos circuitos de los antiguamente llamados de arte y ensayo. Quizás en algo ayude el reclamo de los nombres de Brad Pitt y Sean Penn pero tampoco son sus nombres un seguro de vida, ni de calidad ni de comercialidad. Ambos tienen grandes películas que han pasado sin pena ni gloria y tremendos pestiños que han triunfado en taquilla.
Y por supuesto está Terrence Malick, ese señor que sólo ha hecho cinco películas. Para el conocedor del cine de Malick nada resultará extraño en esta película. Es Malick 100%. Malick en estado puro. Probablemente, sea esta su película más libre. Malick ha hecho lo que le ha venido en gana y nadie le ha dicho que no a nada. Todas las constantes temáticas de su cine están ahí: la visión panteista del mundo, el sentido espiritual y filosófico de la existencia, la naturaleza como principio y fin, la búsqueda del lugar en el mundo. También están todos sus tics estéticos: un excelso uso de la imagen como elemento poético, la continua música como elevador del espíritu, un continuo intento por hacer Arte sin miedo a tirarse al vacío.
El árbol de la vida es una película de extrema belleza pero también es una película incómoda. Es pretenciosa y a la vez sencilla. Sus sensaciones fluyen con naturalidad y eso es bueno pero nunca debemos olvidar que el arte es un artificio. No estamos acostumbrados a cosas así. Desde la pantalla no nos suelen hablar en este lenguaje. El árbol de la vida es lo más cercano que una película puede a estar a conceptos como la poesía y la filosofía. Malick no ha inventado nada pero todo en su película parece nuevo. Puede que te toque la fibra sensible y te sientas conmovido, pero también puede que te aburras como una ostra y te cagues en la madre que parió a Malick. Y no estarás equivocado, no eres más listo o más tonto. Es que el arte es así.
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