Por todos es conocido el escaso aprecio que Stephen King siente por la versión que Stanley Kubrick realizó de su novela El resplandor. El director neoyorquino vació de narrativa casi por completo la obra del escritor de Maine, dejando simplemente el esqueleto correspondiente al terror, ahondando en el espacio físico del Hotel Overlook y, de paso, añadiendo elementos que se han convertido en icónicos, como las hermanas de azul, el jardín y los suelos laberínticos, los grandes angulares y los paseos en steadycam. Por ello, no deja de resultar sorprendente que el director Mike Flanagan se propusiese adaptar la continuación de la novela de King, Doctor Sueño, como secuela de la película de 1980, con el objetivo de aunar las visiones de King y Kubrick .
Lo primero que toma Flanagan de El resplandor de Kubrick son sus planos, recreados para la ocasión con nuevos actores en un movimiento ciertamente a contra corriente de los usos actuales: mientras se ha revivido a actores como Peter Cushing en Rogue One, y usado avatares rejuvenecidos de Carrie Fisher, Sean Young y, más recientemente, Linda Hamilton, Flanagan opta por volver a rodar los planos de Kubrick con otros actores de físicos similares a Shelley Duvall y Jack Nicholson. Pero eso es todo lo que Flanagan toma de Kubrick, ya que una vez establecida la situación -Danny Torrance se nos presenta como un alcohólico que recibirá una segunda oportunidad si no quiere seguir el destino de su padre- Doctor Sueño se abalanza hacia la narración, olvidando el desasosiego estético de Kubrick.
Una bruja interpretada con gozosa maldad por Rebecca Ferguson, el adulto Danny en la monótona piel de Ewan McGregor y una niña con la capacidad de resplandecer formarán un trío que juega al ratón y al gato durante dos horas hasta llegar al climax en el regreso al Hotel Overlook. En ese tiempo, Doctor Sueño amplía la mitología con los detalles del gusto de King: fantasmas, sectas, amistades y deseos de inmortalidad a costa de un acabado visual que solo resulta interesante a ráfagas, cuando la magia y la fantasía entran en escena.
No cabe duda que intentar emular a Kubrick hubiese sido una quimera por parte de Mike Flanagan: no solo hubiese sido volver a traicionar a King, sino que también habría sido una traición a sí mismo. El realizador es un veterano experto en esto del terror, más cerca del artesano que conoce los resortes del género que de un aspirante al trono del horror elevado y, por ello, su cine siempre se ha mantenido en una discreta pero efectiva retaguardia. Quizás algunos de nosotros hubiésemos deseado algo más juguetón como Oculus o El juego de Gerald, pero no cabe duda que Flanagan es capaz de crear tensión sin necesidad de caer en jumps scares de saldo, optando por la elegancia antes que por el histrionismo.
Además, Doctor Sueño esquiva la bala de la nostalgia y, aunque nunca deje de mirar de reojo (y a veces muy de frente) al clásico de 1980, quiere ser su propia película. En unos tiempos de desafortunados reinicios y ampliaciones de esquemas pretéritos (hola, Terminator: Destino Oscuro), al menos Flanagan se empeña en ofrecer una obra con personalidad propia, aunque esta sea presa de la letra, a veces no del todo afinada, de Stephen King. Doctor Sueño es todo lo buena que puede ser una adaptación con ansias de fidelidad hacia el farragoso King, de cuya obra, digámoslo ya, se hacen mejores películas cuanto más lejos está del escritor.
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