Ser un doctor en la campiña no se aprende. El doctor Werner lo sabe muy bien. Lleva más de veinte años ejerciendo su profesión en un pequeño pueblecito alejado de la urbe. Allí él solo tiene que pasar consulta, visitar a domicilio a los enfermos que no pueden ir hasta allí o atender todo tipo de urgencias médicas las 24 horas del día. Sin embargo él está contento trabajando allí. No solo es doctor sino que actúa también como amigo, padre e hijo de todos los habitantes aconsejando y apoyando a aquellos que necesitan su ayuda. Hasta que un cáncer le visita con intención de amargarle la vida y entorpecer sus quehaceres colocándole pequeñas chinas en su camino en forma de síntomas primarios o secundarios como hacerle perder visión o engañándole con olores y aromas que no existen. Para ayudarle un colega suyo de profesión le manda una mujer recién graduada que no tiene mucha experiencia pero que lo suple con grandes dosis de profesionalidad y determinación. Esta becaria de hospitales se convertirá en su padawan particular, en una sombra que no le dejará respirar intentando aprender todo lo que pueda para dejar de ser una pardilla en cuanto a conocimientos de medicina rural.
Francois Cluzet le enseñará todo lo que sabe e incluso algo que el desconoce y que nunca ha dejado ver a nadie, ni a su propio hijo. Sus propias debilidades y un corazón que no le cabe en el pecho al desvivirse por los demás. Pasado el tiempo reconocerá en ella a su yo más joven y podrá darle el relevo o aceptará su ayuda o ambas cosas a la vez. Nathalie se sentirá atraída cada vez más no solo por su maestro sino también por la vida entre esas personas llegando a acostumbrarse a ellos y a sus problemas haciéndolos suyos como los embarazos y posteriores abortos de una de sus pacientes más jóvenes o el autismo que padece un adolescente granjero obsesionado con la Primera Guerra Mundial.
Thomas Lilti vuelve a arrasar en Francia con Un doctor en la campiña, otra película de temática médica como ya hiciera con Hipócrates esta vez poniendo el grito en cielo con el problema que tiene Francia con este tipo de medicina escaseando últimamente los jóvenes que quieren especializarse en ella.
El protagonista de Un doctor en la campiña no es un el doctor Hollywood Michael J. Fox ni la doctora Zoe Hart en Alabama o el Doctor Mateo en España. Es el pueblo en sí. Todos ellos forman una comunidad unida que se enfrenta al progreso con escasos medios y que defienden su forma de vida acogiendo en ocasiones a nuevos miembros más jóvenes que comienzan a entender lo que es ser habitante de ese lugar.
El drama por la enfermedad del médico senior queda enterrada por la comedia con animales que siempre cae bien, en este caso gansos y algunas novatadas para darle la bienvenida a su ayudante aderezada con algunos bailes del lugar, un country grupal con coreografía y baladitas tiernas y ñoñas que suben de nivel cuando la gran Nina Simone nos deleita los oídos, en los títulos de crédito, con una canción que resume el intenso sentimiento que le embarga al buen doctor en esta película. Por sus vecinos daría una vida que puede que le sea arrebatada. Por ellos sería capaz de pasar por cualquier cosa hasta el sufrimiento de pasar por un tratamiento más agresivo de quimioterapia y radioterapia con tal de curarse y no abandonarlos. Tanto por ellos como por él vale rodar Un doctor en la campiña, ha debido pensar el bueno de Thomas. Y yo lo secundo.