Braguino es una película inclasificable ya desde su carta de presentación. Un documental francés, rodado en Siberia, protagonizado por rusos siberianos y cuya duración no supera los 50 minutos. El propio largometraje no supera la condición de los sesenta minutos de metraje para ser considerada como tal. Sin embargo eso no le ha frenado para colarse entre la programación de varios festivales internacionales ni para ganar el premio Zabaltegui Tabakalera en la pasada edición del Festival de San Sebastián.
La sombra de un helicóptero entre las nubes con la que se abre la película resume muy bien su naturaleza hipnótica. Braguino nos muestra un grupo de rusos siberianos que ha querido distanciarse lo máximo de la sociedad como si fuesen una especie de amish. Los Braguine llevan varios años asentados en el bosque, alejados de cualquier signo de civilización, formando una gran familia. Sin embargo no están solos, separados por una gran valla conviven con otra familia, los Kiline, con los que llevan toda la vida enemistados. El documental no se esfuerza en mostrar el conflicto entre familias de una forma meramente discursiva, el propio origen místico de la zona en la que se encuentran y el carácter rudo y salvaje de sus habitantes bastan para que la pieza tenga una atmosfera más cercana a la de Lynch o Buñuel que a la de un documental estándar.
Braguino está repleta de secuencias únicas y de una enorme fuerza visual. Secuencias que pueden ir desde la brutalidad de la cacería y posterior despellejamiento de un oso hasta la peculiar forma que tienen de jugar y pasar el tiempo los numerosos niños de ambas familias en una especie de playa formada a la orilla del rio. Braguino es un documental excelente porque cruza las fronteras prestablecidas del género, acercándose a algo más parecido a la ciencia ficción o al cine experimental. Una pequeña joya que no debería pasar nunca desapercibida.