Cuando uno se dispone a ver una película, siempre te predisponen los actores que salen, su director o ese guionista que sólo tú conoces y que te hacen reir tanto.
Admission puede sentirse orgullosa de contar con uno de esos aspectos importantes para ver una película que he nombrado antes, y es que la protagonicen Paul Rudd, el perfecto hombre de clase media que tan bien representa una y otra vez, y Tina Fey, hace que te preguntes una y otra vez ¿por qué demonios no la he visto antes? Pues bien, si no la has visto antes es por algo. Así de claro.
Tina Fey, que aquí debió de perder la gracia abducida por algún especial de Saturday Night Live, no da pie con bola. Pierde toda la chispa que ha demostrado en otros papeles y, literalmente, está increíble (si a lo que nos referimos por esto es que no hay quien se la crea, claro) en su papel de funcionaria implacable, que se disipa conforme avanza la película.
Y es que, otro fallo de la misma, es pensar que te presentas ante una comedia romántica al ver su cartel.
Pues oiga, no.
Admission trata sobre como Portia Nathan (Tina Fey), encargada de las admisiones en la prestigiosa Universidad de Princeton, un día descubre, gracias a John Pressman (Paul Rudd) que tuvo un hijo en una noche loca (nada que ver con auqella película de Steve Carrell, ojo) y ahora, poco a poco, se irá reconciliando con la vida para volverse a encontrar con él.
En definitiva, un auténtico desastre sin pies ni cabeza, carece del ritmo que ambos protagonistas pueden darle a la cinta, sobre todo, tratándose de una comedia, y con cierto aroma a comedia indie que tanto daño está haciendo al cine actual.