Aunque el Oso de Oro en Berlín los avale, acercarse a una nueva película de los octogenarios hermanos Taviani me suponía cierto recelo y temor. Pues bien, me trago mis prejuicios y me arrodillo cual plebeyo ante Julio César.
‘Cesare deve morire’ es una obra contundente, directa, épica e intensa en sus breves 75 minutos. Un grupo de teatro de una cárcel de alta seguridad italiana se entrega a la preparación del clásico de Shakespeare. Los reclusos ensayan y disponen el texto con una convicción fuera de lo común: quizás nadie mejor que ellos puedan comprender en toda su dimensión esa trama de corrupción, venganza y muerte. Las intromisiones en su vida real son escasas, el escrito del dramaturgo inglés lleva el peso total de la película.
La fuerza de un dramático blanco y negro, y las palabras de Shakespeare en boca de estos hombres curtidos en prisión y reconvertidos en actores amateurs (con una potencia y certeza que ya quisieran muchos actores de verdad) bastan para mostrarnos cómo el arte tiene la posibilidad de dignificar al ser humano y cómo la cárcel trasciende ese concepto de lugar de reclusión donde no es posible la esperanza: aquí una prisión es fuente de creación y libertad. En palabras de uno de los protagonistas: “Desde que he conocido el arte, mi celda se ha convertido en una cárcel”
Paradojas del cine: dos señores de más de ochenta años han firmado una de las propuestas más frescas y actuales de lo que llevamos visto en el festival. Una reivindicación de un clásico que se presenta nuevo a los ojos del espectador.