Hay que reconocer que resulta imposible establecer un visionado virgen de una película como este Cazafantasmas de Paul Feig. Por un lado, toda una generación tiene más o menos presente la obra de Ivan Reitman en la que se inspira; por otro, todo el revuelo mediático (¿es un internet un medio?) provocado de forma más o menos interesada por Sony, con una mujer, Amy Pascal, a la cabeza, por el cambio de sexo de los protagonistas. Dos elementos, la consideración de remake innecesario y la de, según algunos, la búsqueda de lo políticamente correcto al feminizar los personajes, que empañan el hecho de que estemos ante probablemente una de las películas menos bochornosas en el infame verano de blocksbusters que llevamos.
Teniendo en cuenta que la consideración del Los cazafantasmas de Reitman, Murray, Ramis y Aykroyd como un clásico es un argumento más emocional que cinematográfico, no deberíamos tener ningún miedo a una reformulación de los elementos. Es probablemente el aspecto icónico de la obra de Reitman el que ha sobrevivido mejor: el logo, el coche, los equipos de protones, los monos y los personajes de Slimer y el marinero de Marshmallow continúan a día de hoy en el imaginario de millones de personas como elementos reconocibles de una época en la que en una película familiar se podía incluir una escena en la que Aykroyd soñaba que un fantasma le masturbaba (o algo más). Feig y su coguionista Katie Dippold son consecuentes, saben que tienen que pagar estos peajes y en un sano ejercicio de autoconsciencia van trufando su guión con estos referentes de forma natural sin que parezcan sucios reclamos publicitarios.
Otro asunto es el tema de la necesidad. A muchos tendrían que darles un libro de filosofía para que analicen el tema de lo necesario en profundidad. Para qué os voy a engañar, prefiero una película innecesaria como esta a otras obras enormemente necesarias que tratan temas de lo más humano y profundos. Pero pensemos por un momento en esto: ¿de verdad no necesitamos películas como Cazafantasmas, Star Wars: El despertar de la fuerza o Mad Max: Furia en la carretera donde, casi sin darnos cuenta, se normaliza el rol de la mujer sin necesidad de acudir al tópico de cine de mujeres? Cazafantasmas propone un mundo donde prácticamente nadie pone en cuestión que cuatro mujeres se dediquen al tema este de cazar fantasmas, donde nadie discute que tres de ellas sean científicas, pero, oh sorpresa, casi todos los personajes antagonistas o deseables son hombres.
Cazafantasmas se encarga de subvertir los personajes con la idea de poner en evidencia todos esos comportamientos que, seamos realistas, hoy nos chocan enormemente. En un reciente visionado de Los cazafantasmas no podía de dejar de incomodarme por la actitud del personaje de Bill Murray que prácticamente acosa a su poco interesada partenaire interpretada por Sigourney Weaver. Aquí, es Chris Hemsworth el objeto de deseo y Kristen Wiig porta la mirada atosigadora: el cambio de roles provoca grandes momentos de comedia donde detectamos lo ridículo de una situación que hace treinta años consideramos normal. Por no hablar, de el malo que no deja de ser un friki que vive en un sótano y que culpa a la humanidad de no haber visto su grandeza, ¿os suena?
Por supuesto, no podemos dejar pasar que esto es una comedia y con un plantel como este poco podía salir mal. Por mi parte tengo que reconocer una especial debilidad por Kristen Wiig y Kate McKinnon, dos de los grandes nombres que el Saturday Night Live ha dado en los últimos quince años. La primera borda su papel de conformista apocada que va venciendo sus miedos a lo largo del metraje hasta liderar el equipo; por su parte, McKinnon es todo caos y delirio, un volcán a punto de explotar, una actriz con un magnetismo a la que me resultó imposible no prestar atención incluso cuando solo funciona como alivio cómico en la mayoría de las escenas. En cuanto a Melissa McCarthy tengo que reconocer que es la película donde menos insoportable me ha resultado y la verdad es que Leslie Jones nunca ha sido de mis favoritas en el mítico SNL. Aun así, consiguen mantener el tipo sin resultar del todo estomagantes. Mención merece también un acertadísimo Chris Hermsworth que se luce en su rol de secretario buenorro, con pocas luces y algo de caradura.
Cazafantamas logra con honestidad, buen hacer y sobrado criterio lo que se propone: un divertido blockbuster veraniego que ni mucho menos supera la carga icónica de su antecesora, pero es que ni lo pretende; una reimaginación de unos personajes y unas situaciones que para muchos de nosotros tienen un lugar predilecto en la traicionera infancia pero que ni mucho menos nos la va a desgraciar. Estaría bueno que una película desgraciara tu infancia.
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