El espíritu neorrealista de tantas producciones españolas de bajo presupuesto llega a agotarme hasta el punto de tomar prejuicios en cuanto veo una cámara en mano. No hay que desmerecer en absoluto este estilo, pero acogerse a una misma fórmula tantas veces acaba por desgastar las formas. Raras han sido las excepciones: Julia Ist o Verano, 1993 supieron convencerme casi sin esfuerzo del mismo modo que Carmen y Lola, ópera prima de Arantxa Echevarría, capturó mi atención a pesar de la familiaridad de su técnica.
Mientras Lola va camino al mercadillo en la furgoneta de la familia, la joven Carmen cruza en dirección contraria, una imagen que nos recuerda a los primeros minutos de La vida de Adèle. Si la cinta francesa quiso dejar a un lado las reivindicaciones sociales para retratar los estados de ánimo de una juventud confusa, la de su protagonista, Echevarría decide aunar ambos conceptos. Carmen y Lola manejan sus emociones alterando los roles del Adèle y Emma a su antojo para airear una historia ya conocida. Así, los papeles activo y pasivo en la relación se invierten y dejan en el proceso gran parte de la sutileza de la obra. En este sentido, no vemos excesivo riesgo o novedad: la pareja cautiva lo justo como para que el respetable se quede con ella, pero no lo suficiente como para que lleguen a ser memorables. Esto quizás se deba a la excesiva evidencia de los gestos, remarcados en planos detalles llenos de intenciones pero artificiales en su ejecución, sin espacio para que las dos actrices trabajen. Es un tanto paradójico que una película tan realista tenga interés en controlar la puesta en escena. La imagen, de vez en cuando, se carga de sentido, lo cual muestra que detrás de las cámaras hay alguien más que una mera realizadora. Por lo demás, Echevarría se deja llevar por la situación y, salvo en momentos clave, permite a las gentes actuar como dictamina sus costumbres. Carmen y Lola es un retrato de la comunidad gitana en los estratos más bajos de las afueras de Madrid; las gentes que habitan las calles de estos barrios protagonizan la película sin más escuela que las indicaciones de la directora, cuyo sobre esfuerzo consigue tallar diamantes en bruto.
Carmen y Lola narra las tensiones amorosas e identitarias de dos jóvenes atadas a la fuerza a la tradición. Arantxa Echevarría se vale de estructuras clásicas para contar una historia eclipsada por las circunstancias que de verdad importan. El retrato del gitano se nos presenta de forma directa, a veces tosca y tópica, carente de sutileza, pero tras tanta brusquedad en su narrativa se advierte un cierto grado de veracidad que conmueve a la sala sin problema. El ritmo y la tensión escala a la perfección para llevar a un clímax que, aunque ya conocido, sobrecoge hasta romper el alma. Pueden parecer tópicos, mas si lo son es porque son verdad. Cada palabra de gitano es una piedra de certeza, una amenaza o una promesa a la que las dos protagonistas deben reaccionar. La obra retrata con cariño a sus gentes a la par que cuestiona y denuncia las injusticias de un sistema tan hermético, sumergiendo a las dos protagonistas en una vorágine de emociones que las lleva a buscar una válvula de escape que dispara la carga dramática en el tercer acto.
Una obra conservadora y valiente a la par, brava en la denuncia y tímida en la transgresión. Se aprecia la labor de una cineasta nata en busca de un estilo, con ganas de contar, pero sin la suficiente confianza para desligarse de lo familiar. No os confundáis, osadía no le falta a la película, es de agradecer. Carmen y Lola es un buen comienzo para una directora en proceso a la que no le faltan agallas.
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