Babylon

“Babylon” o la domesticación del gusto

Quizá estén destinando sus inversiones y energías a las plataformas, el caso es que los grandes estudios californianos van sobre seguro con secuelas y variaciones de piezas de hace años o productos garantizados, principalmente fantasías de superhéroes. Aunque se han colado un par de títulos españoles (a su vez, nuevas entregas de una fórmula comercial: Padre no hay más que uno 3 y Tadeo Jones 3. La selva esmeralda), las veinte películas con mayor taquilla de 2022 son norteamericanas y sus títulos (Avatar, Minions, The Batman, Jurassic World: DominionThor: Love and Thunder, Top Gun: Maverick”, Spider Man: No Way Home, Sonic 2, etc.) revelan esa apuesta por un cine de repetición y de acción y fantasía adolescente que echa de las salas a muchos adultos. Y, por supuesto, niega la “filmodiversidad” como uno de los valores básicos para la condición cultural del hecho cinematográfico. El estreno la semana pasada de Babylon, de Damien Chazelle, revela la estrategia de los grandes estudios para crear éxitos artificiales no ya sin voluntad innovadora, sino con manifiesta intención de homogeneizar los públicos igualándolos a la baja. La diversidad de espectadores y de preferencias de género o estilos, de temas o ambientaciones, de talantes realistas o fabulaciones, quedan laminadas en un producto híbrido que trata de responder a todo y gustar a todos.

Babylon, de Damien Chazelle

En Babylon se recrean los excesos de drogas y sexo de los años 20, hay historia de la crisis estadounidense de la siguiente década, mucha evocación del paso del cine mudo al sonoro, crítica somera a los magnates de Hollywood, apuntes sobre el racismo de la época, fantasías de los subterráneos prohibidos, “juguetes rotos” del mundo del espectáculo, disidencias de cineastas con talento, manipulaciones de la prensa sensacionalista… y, por supuesto, una historia de amor. El espectador obtiene “emociones fuertes” con escenas de sexo explícito (la orgía del comienzo), de acción peligrosa (lucha con la serpiente) o literalmente repugnantes (vomitona en la fiesta, ingesta de rata); ese mismo espectador resulta gratificado en su ternura con la historia de amor, en sus oídos con las piezas de jazz del músico (no suficientemente) negro y en su almita moral con las pinceladas de crítica social. Las tres horas cumplidas de la película buscan dejarnos literalmente K.O.: que no quede nada por contar ni por decir, que no se eche nada de menos. Ya se sabe que Chazelle funciona por el exceso: todas las secuencias duran un treinta o cuarenta por ciento más del tiempo necesario, se les da un toque de videoclip y todas llevan su narración a los límites de la hipérbole, la parodia o la transgresión que haga las delicias del público infantilizado.

El problema del sobrevalorado autor de La la land: La ciudad de las estrellas en esta entrega que, según parece ha pinchado en taquilla (lleva recaudados 15 millones de dólares para un presupuesto de ochenta) es su egolatría cinéfila sin límites. Porque, en realidad, no se sabe qué película quería hacer, aunque sea evidente su fascinación por esa época de finales de los 20 y por su recreación en el admirable musical Cantando bajo la lluvia. No será desatinado pensar que Chazelle ha buscado hacer ahora su propia versión del ese musical, del mismo modo que en el anterior título hacía homenaje a las brillantes piezas de la Metro de los 50. Así se descubre en el (prescindible) epílogo ambientado en 1952 en que Manny Torres acude a una sesión y llora a moco tendido: para llegar a ese punto no hacía falta tanta estridencia en la banda sonora y el montaje, ni un discurso entrecortado y una narración con más flecos que tejido. Pero a lo largo del metraje ya se citaba Cantando bajo la lluvia en el tema musical del título, en el diálogo amoroso de la película de época, en los sets de rodajes silentes y en otras ocasiones.

Babylon, de Damien Chazelle

Babylon puede ser síntoma de una tendencia. Más allá de esta película, invito al lector a pensar acerca de un estilo, una estrategia comercial y un espectador-objetivo que lleva a las salas de cine a públicos masivos ocasionales, lo que a largo plazo conlleva a la potenciación de las plataformas, la apuesta de multisalas por este tipo de películas y la reducción del cine de mínima ambición cultural y artística a salas marginales únicamente en las grandes ciudades.

Babylon (Damien Chazelle, 2022) ⭐️⭐️

Babylon

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