El éxito sorpresa el verano pasado de La noche de las bestias (The purge) ha propiciado que sus responsables (con el guionista y director James DeMonaco y Michael Bay como productor como principales cabezas visibles) se hayan apresurado en desarrollar esta segunda parte, que rompe la tónica general y supera a su antecesora en calidad. La verdad es que tampoco era demasiado difícil ya que la primera entrega, a pesar de su original planteamiento, se hundía en un mar de tópicos y absurdeces que hacían que el difícil reto de desarrollar una trama dentro de una casa cayese en saco roto. Quizás por esto James DeMonaco saca a la calle a sus personajes dando como resultado que Anarchy: La noche de las bestias resulte algo más interesante incluso como parábola política.
El planteamiento de que una vez al año está permitido el asesinato en este caso propicia que se vea un mundo donde los más ricos son los que tienen armas y los más pobres son una masa indefensa que sufre la purga. Así, vemos a un grupo desvalido y desarmado en mitad de la calle intentar sobrevivir a las 12 horas de la purga impuesta para que todo el mundo se desahogue y que no haya delitos el resto del año. Es sin duda este aspecto de los desfavorecidos frente a los poderosos y los verdaderos motivos sociales detrás del sistema el que hace que la película sea tolerable más allá de su entretenido desarrollo.
De todos modos, al igual que sucedía en la anterior, James DeMonaco tampoco consigue elevar Anarchy: La noche de las bestias hasta un lugar que nos permita destacarla como algo simplemente aceptable. La acción se plantea con corrección y aunque algo más de bestialidad le hubiese venido de perlas, los personajes malrrolleros del cartel siguen siendo lo más significativo de la película.
Eso sí, como negocio espectacular: 9 millones de dólares presupuesto y 68 recaudados sólo en Estados Unidos. Entre los Transformers, las bestias y las tortugas entiendo que Michael Bay se ría a carcajadas cada vez que le mencionan a los críticos.
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