Cuando uno acaba de ver Amanece en Edimburgo acaba con un sabor agridulce entre los labios. El catalogado como Mama Mia del año acaba dejando mucho que desear. Y quizás lo más frustrante e incomprensible es que el film de Dexter Fletcher no es una obra tremendamente mala pero sí muy efectista. Tiene líneas narrativas que pese a rozar el tópico captan el interés del espectador, pero no van más allá, en ningún momento nos están explicando nada nuevo. Se comprimen tres tipologías de amor exploradas hasta la saciedad en el cine y que se podrían resumir bajo el eslogan: la lucha contra las dificultades del amor. Y eso es lo que básicamente se intenta explicar en la película. Tres parejas de enamorados que deben afrontarse a la distancia, al pasado y a las diferencias. Pero no se explora la profundidad psicológica de ninguno de los personajes del mismo modo que tampoco se exploran los verdaderos mecanismos que hacen avanzar o detener las relaciones.
El triste y poco cuidado desarrollo narrativo quizás no es lo peor. Probablemente si existe un aspecto reprochable a la película es el hecho de que el género musical no acabe de encajar. Y realmente debe ser frustrante que aquello que supone el pilar de una obra, no consiga prácticamente mantenerse en pie. Amanece en Edimburgo es la adaptación de una obra teatral con la música del grupos escocés The proclaimers, uno de los grupos pop más buenrolleros de los ochenta. La película tiene verdaderos momentos dramáticos y trágicos que no concuerdan con la música o las canciones. Acaba convirtiéndose en una especie de musical tragicómico donde uno no sabe si ha de reír, llorar, cantar o bailar.
Amanece en Edimburgo es la perfecta película para ver un domingo de verano caluroso por la tarde, en el sofá de casa, sin nada de qué hacer y con ganas de desconectar sin tener que pensar demasiado. Pero no se le puede pedir más. Ni es una película con toques cómicos desternillantes, ni con una profundidad narrativa trabajada, ni es el mejor musical del año. Es simplemente un musical como muchos otros que intentando añadir un argumento dramático y serio a modo de máscara, no acaba despertando nada nuevo. Tampoco las escenas musicales tienen una relevancia coreográfica o técnica. La mayoría tienen una duración o muy corta o muy larga. Y sin duda la que pretende ser más espectacular es la que culmina el film con la canción I’m gonna be. Una secuencia que no deja de ser el traslado a las calles de Edimburgo de la “lucha musical” entre géneros, cuyo origen está en West Side Story y Grease.
Aun así reitero que no es una mala película. Es una película decente, que intenta ser original pero desgraciadamente no lo consigue. Pero las escenas divertidas, las interpretaciones notables de los personajes y las canciones conmovedoras están presentes. Y quién sabe, tal vez algún espectador consiga empatizar con alguno de los personajes o relaciones amorosas desarrolladas.
Amanece en Edimburgo es un claro reflejo que el género musical ya no es lo que era. Las innovaciones y las formas de tratar el género o no acaban de realizarse o no acaban de encajar. Hace pocos años parecía que la versión cinematográfica de Los miserables iba a impulsar la aparición de musicales de calidad. Se echa en falta que películas como Cantando bajo la lluvia, El mago de Oz o Cabaret aparezcan en cartelera. Aunque quizás estamos pidiendo mucho.
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