¿Conocéis esa sensación que tiene lugar en toda película que se precie? Ya sabes, esa dónde se pronuncia el nombre de la película y un ‘BUM’ invisible suena en tu cabeza, como si una explosión en forma de hongo cubriera todos los recovecos de tu cerebro al ritmo del gansta-rap de los noventa más oscuro.
Pues eso ocurre varias veces a lo largo de los 80 minutos de Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso (a partir de ahora: Alexander, la película o el film, no pretendas que pueda acordarme de tantos adjetivos maléficos cada dos párrafos) dónde nos hacen hincapié en que todo lo que ocurre, es fruto de los deseos de su protagonista porque su happy family americana viva un mal día en su exitosa vida felicidad.
La película, pese a ser Disney, ofrece un nuevo punto de vista sobre la paridad familiar, el sistema social adolescente americano y nos retrotrae a esa comedia de los ochenta, rescatada en ocasiones para llenar algún escondrijo de la parrilla televisiva, hablo de Aventuras en la gran ciudad, Big o Vice versa (o sus múltiples variantes, como De tal astilla, tal palo).
Lamentablemente, esta película tiene bastantes escollos en su elaboración, los cuales hacen que esta adaptación de un clásico infantil (al menos más allá del Cabo de San Vicente) resulten por momentos aparatosos, pero su buena medida a la hora de mezclar las historias de sus protagonistas, la salvan en el último minuto, gracias a un Steve Carell que ejerce un perfecto humor blanco y para todos los públicos, convirtiéndolo por momentos en un John Candy bajito, moreno y más ágil.
Y perdóname tantas referencias a otras películas y series, como si de un episodio de Community se tratase, pero Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso es una digna vuelta al cine familiar de los ochenta que tanto hemos disfrutado, algunos gracias a la reposición televisiva, durante tantos años.
0 comments