Cuando tienes que proteger esa valla de un grupo descontrolado de personas que pretenden atravesarla sin tu permiso debes tomar medidas desesperadas. Cuando en tu país te persiguen por ser el único testigo de una cacería ilegal y robo de colmillos de marfil hay que tomar medidas desesperadas. Cuando tu hija está perdida y la distancia y el tiempo han hecho que la separación sea de algunos miles de kilómetros entonces se deben tomar medidas desesperadas. Adú, Sandra y el guardia civil Mateo cruzarán sus vidas en Melilla en la última película de Salvador Calvo, el director de 1898: Los últimos de Filipinas. Fue en el rodaje de esta película cuando le contaron una trágica y desgarradora historia de un inmigrante que sirvió de inspiración para este dramático viaje en búsqueda de la libertad o el reencuentro con la verdad.
A través de los ojos de los tres protagonistas y sus aventuras, tan reales como la vida misma, conoceremos todo aquello que nos cuentan las noticias a su manera intentando concienciarnos y que no miremos hacía otro lado.
Luis Tosar interpreta a un padre separado que en Camerún trabaja en una reserva protegiendo a los animales de posibles cazadores furtivos. Hasta allí se desplaza su hija para visitarlo e intentar reconducir su vida alejándose de vicios y problemáticas del primer mundo, como la maldita droga. Los dos tienen cuentas pendientes y conversaciones atrasadas que no pueden demorarse más tiempo. Paseándose por las calles de alguna de sus ciudades Sandra se da cuenta que sus miserias allí son un mal menor y que el hambre y la pobreza superan la peor de sus pesadillas en España.
Mateo es un guardia civil de conducta y mérito intachable que en uno de los asaltos a la valla de Melilla por parte de un grupo de subsaharianos es testigo de una irregularidad que provoca una muerte accidental. Desde ese momento se debatirá entre el deber y el compañerismo o la verdad más dura y castigadora. Se siente culpable por su callada respuesta y responsable de una cobardía evitable ¡y eso duele mucho!
Adú y su hermana en Camerún tienen que huir y abandonar el país amenazados de muerte recorriendo medio continente. El niño, de solo seis años, contará con la ayuda desinteresada de un joven adolescente que se ha pasado media vida vendiendo su cuerpo y luchando contra todo tipo de peligros y amenazas. La violencia y la dura realidad han hecho de este un lazarillo de Tormes que se las sabe todas y que no le tiene miedo a nada, incluido un viaje suicida por mar hasta la costa española de Melilla. Como nexo de unión encontramos diferentes objetos que unen sus destinos como la valla donde van a parar sus ilusiones, cuernos de marfil con sorpresa o viejas bicicletas ¡no la de Carlos Vives o Shakira! que pasa de mano en mano hasta llegar a la frontera.
Son los momentos dramáticos los jalones de este viaje iniciático, los que nos abren los ojos, mucho más numerosos en la historia de Adú y su hermana mayor, menos peligrosos en la de Sandra. En África no todo son safaris y resorts de lujo vacacionales, bajo este lujoso rey Midas se esconde una terrible verdad en forma de ladrones, traficantes de órganos y pederastas que campan a sus anchas en el continente y que impunemente desafían a una ley a veces corrupta.
Ante esto solo cabe una desesperada solución que saltará vallas, nadará en aguas profundas y sorteará barreras vigiladas a cada minuto, de cada hora y de cada día. Divididos por una línea no imaginaria que selecciona al azar vidas, estos príncipes y mendigos nunca cambian sus trajes, se acostumbran y conviven con la amenaza o se aprovechan del sistema para seguir siendo sordos, ciegos y mudos.
La belleza de una tierra, con paisajes paradisíacos se convierte en una fotografía ahumada y recortada, un caramelo con envoltorio que al abrirlo se cae y se ensucia en el suelo. Políticas deshumanizadas que corrompen lo más maravilloso de la naturaleza, el mal más perverso que sesga vidas como la de ese tierno e inocente Adú que desde el centro de menores observa su futuro y llora en silencio la niñez arrebatada.
Olvidémonos por un momento de ese África en superficie a vista de pájaro y miremos el fondo multicolor que serpentea, corre y huye como alma que lleva el diablo buscando una mano amiga que no pregunte ni cuestione su pasado. Salvador Calvo te lo cuenta en Adú, él te lo cuenta en voz bajita.
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