El director estadounidense James Gray ha nacido en una época equivocada. Aunque comenzó su carrera en los años noventa del siglo XX, su cine parece más propio de aquel grupo de realizadores, encabezado por Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, que pretendieron realizar películas personales de marcado tono autoral dentro de la industria hollywoodiense durante la década de los setenta. Su empeño por realizar obras que se alejan de los productos de mera evasión de las últimas décadas le ha convertido en un autor maldito. Ad Astra es el filme más caro de Gray hasta la fecha. No obstante, a pesar de ser una producción impulsada por un gran estudio como Fox y estar protagonizada por una estrella del calibre de Brad Pitt, nos encontramos ante una obra eminentemente personal que se emparenta con una ciencia-ficción trascendental de títulos como 2001: una odisea del espacio, el clásico de Stanley Kubrick, o las dos versiones cinematográficas de Solaris, una de las novelas cumbres de Stanislaw Lem, que dirigieron, respectivamente, el ruso Andréi Tarkovski en 1972 y el norteamericano Steven Soderbergh en 2002.
En Ad Astra seguimos los pasos de un astronauta de mediana edad que pretende contactar con la nave de su padre, que despegó de La Tierra décadas atrás con la misión de encontrar vida extraterrestre. A lo largo de este particular periplo, el protagonista analizará una existencia repleta de fracasos en el terreno más íntimo.
Con un estilo solemne y pausado, Gray aborda dos asuntos presentes en gran parte de sus películas: la complejidad de las relaciones sentimentales y la influencia de la familia en nuestro comportamiento. Lo hace contraponiendo la grandiosidad de las imágenes del espacio con las particulares divagaciones existenciales de su personaje principal. Todo ello para enseñarnos que a veces nos adentrarnos en otros mundos para escapar de nuestros problemas terrenales.
Por otra parte, Ad Astra se convierte en un particular complemento de Z. La ciudad perdida, su anterior largometraje. El cineasta vuelve a ofrecernos de nuevo un viaje casi suicida a lo desconocido y una relación progenitor-vástago compleja. Por si fuera poco, si aquel trabajo ya dejaba constancia de su deuda con Apocalypse Now y El corazón de las tinieblas, la estupenda novela de Joseph Conrad, aquí queda aún más aún patente con el personaje del padre del protagonista, un particular Coronel Kurtz capaz de sacrificar a sus hombres por sus locas ideas.
Quizá Ad Astra no sea una obra redonda a causa de algunas reiteraciones innecesarias y una voz en off que subraya en ocasiones lo obvio, pero sí nos encontramos ante una trabajo que invita a la reflexión, algo poco común en las producciones de los grandes estudios, y nos regala la mejor interpretación de Brad Pitt, que deja a un lado los excesos gestuales para interiorizar la desazón interior de su melancólico personaje.