Steven Spielberg nunca había dirigido antes una película musical. De pequeño sus padres compraron el álbum del elenco original de Broadway de West Side Story, y se convirtió en su musical favorito, el cual se adaptó al cine en 1961 de mano de Robert Wise y Jerome Robbins, el director de la obra original. Su tremendo éxito le mereció un estatus de clásico. Ahora, Spielberg se ha atrevido a revisitar esta historia para traerla a las nuevas generaciones, y de esta forma expresar su amor por el musical, su equipo creativo y su atemporal mensaje.
Desde la primera escena de West Side Story (2021), queda claro que será un tipo de película muy diferente a la adaptación de 1961. Creando un paralelismo con la apertura de Wise y Robbins, Spielberg opta por una serie de planos aéreos, pero en lugar de mostrar las calles de la zona oeste de Nueva York, nos muestra escombros de edificios derribados, una imagen en comparación mucho más decadente y gris. El conocido tritono de silbidos y chasquidos de dedos acompañan estas primeras imágenes, pero apunta desde el principio a una película inequívocamente más brutal, peligrosa y realista que su predecesora. La dirección de Spielberg, junto con el guión adaptado por Tony Kushner, crean un mundo en el que la violencia y la música no son contradicciones.
Al contextualizar el conflicto entre los Sharks, inmigrantes puertorriqueños, y los Jets, de ascendencia europea, no como una pelea por territorio, sino como un enfrentamiento que nace del resentimiento a la inmigración, de los prejuicios raciales, de la inestabilidad económica y la gentrificación o el miedo a ser desalojados; las motivaciones de los personajes están más claras y el riesgo que corren es mucho más palpable. En esta versión, los Sharks defienden su derecho a existir y los Jets su derecho a quedarse. En la escena inicial de la película de 1961, los Jets hacían una pintada que decía “los sharks apestan”, en este caso, los Jets se dedican a pintarrajear una bandera puertorriqueña. Esto va mucho más en serio. La partitura de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim enfatizan la tensión en esta primera escena y a lo largo del resto de la obra, pero la violencia es mucho más brutal e inmersiva, y los personajes se sienten mucho más vulnerables, por lo que podemos sentir su miedo, su miseria y sus ansiedades mucho más fácilmente.
Stephen Sondheim defendió la idea de que los musicales no tienen por qué ser escapistas, sino hacernos recordar y reflexionar sobre nuestras propias vidas, como cualquier otra pieza de arte. En el momento en el que nace West Side Story, en plenos años 50, los musicales eran mayoritariamente espectáculos de temática ligera con grandes decorados y entretenidas coreografías, por lo que éste se posiciona como un desafío ante esta convención al reflejar la dureza de las calles, muerte y asesinatos, y un conflicto racial en el centro de la narrativa. Aún así, la película adaptó el musical de Broadway empleando el lenguaje característico de la época, que permitía tomar licencias como las peleas tan coreografiadas y elegantes, uso de espacios más postizos, o una paleta de color llena de rojos y saturación, por no mencionar el problemático oscurecimiento de piel de los actores que interpretaban a los Sharks, fueran o no latinos… La actual tendencia del cine se inclina por un realismo cada vez mayor, y es por ello que recientes adaptaciones musicales como Los Miserables (2012), Cats (2019) o Dear Evan Hansen (2021) no han funcionado como tal, ya que tratan de centrar la narrativa en una cruda realidad “reconocible” en los que el elemento musical no llega a encajar, y en el caso de esta última, parecen casi avergonzarse de ser musicales. West Side Story (2021), en cambio, no se esconde, y simultáneamente entiende hacia dónde se dirige el cine actualmente: demuestra que un musical puede ser crudo y realista, y tratar temas complejos sin olvidar inclinarse de vez en cuando por la fantasía.
Durante los números musicales, la fotografía y dirección de Spielberg introducen un nivel de ensueño muy necesario en las películas musicales, pero sin despegarse nunca de la violenta realidad que refleja. Al conocerse María y Tony, una luz colorida y nebulosa les envuelve mientras bailan y comparten su primera conversación. Cuando les sacan de la magia del momento, la puesta en escena cambia a verde gris y oscura, con trastos por el suelo rodeando a los protagonistas. “Cool” es otro buen ejemplo de un número que, gracias también a la coreografía de Justin Peck, consigue expresar musical y físicamente un tenso y peligroso conflicto entre Tony y Riff. La dirección y explosivas coreografías en escenas como el baile en el gimnasio o “America” son, por sí solas, motivo suficiente para ver la película. Es destacable también el uso de los espacios, mucho más vivos y dinámicos que en la adaptación de 1961, en la que funcionaban como meros escenarios.
Otra gran fortaleza de esta película se encuentra en su elenco, con experimentados actores de Broadway como Ariana DeBose (Hamilton, A Bronx Tale) como Anita, Mike Faist (Newsies, Dear Evan Hansen) como Riff o David Álvarez (Billy Elliot) como Bernardo, quienes son una absoluta revelación en la gran pantalla, unos verdaderos triple threats; por otro lado Rachel Zegler, que interpreta el papel protagonista de Maria, tenía experiencia únicamente en producciones de su instituto, y aún así consigue brillar e impresionar en un espectacular debut. A su lado se encuentra Ansel Elgort en el papel de Tony, quién es indiscutiblemente el eslabón débil de la película. Ni su interpretación ni su voz llegan al listón tan alto que dejan sus compañeros de pantalla. Es cierto que María y Tony pueden resultar personajes menos interesantes que el resto, pero mientras que Zegler y el guion de Kushner le aportan mucha vitalidad e interés a Maria, el personaje de Elgort resulta aquí algo insípido. Completando el elenco está también la veterana Rita Moreno (Anita en la película de 1961) interpretando a Valentina, un papel nuevo que sustituye a Doc.
Los personajes crecen mucho gracias al trabajo de Kushner. Tanto protagonistas como secundarios (véase Anybodys, canónicamente trans bajo esta nueva interpretación) son desarrollados, evolucionados y tratados con respeto en su guion. Pasamos más tiempo con María, Bernardo y Anita, entendiendo mejor a cada uno y las relaciones entre ellos. Valentina, Chino (Josh Andrés Rivera) o Riff juegan también un rol muy importante a la hora de materializar la idea que trata de transmitir la película acerca de los interminables ciclos de venganza y violencia. Sin necesariamente aumentar la escala de la historia, se incrementa su impacto al aplicar a los personajes y a su entorno todos estos cambios tan reveladores.
La pequeña referencia a la realidad de la Guerra Fría mediante el uso de la frase “destrucción mutua asegurada”, tan latente en esta época, es particularmente brillante para representar la mentalidad de los Jets y los Sharks. En este contexto, el romance y el amor parece casi imposible, un lujo o un milagro en mitad de este destructivo conflicto. En el texto de Shakespeare en el que se inspira West Side Story está presente ya esta crítica al sinsentido de la venganza, pero cada versión del musical ha ido aportando nuevos matices, desde la obra original, pasando por la película de 1961 y las numerosas producciones teatrales desde entonces, hasta llegar ahora a manos del expertísimo director Steven Spielberg. Este musical le viene como anillo al dedo a alguien reconocido por su sensible uso de la emoción en el contexto de películas taquilleras y espectaculares, por no mencionar su conexión personal con el material, la cual se hace explícita en la dedicatoria final a su padre, que amaba el musical pero murió antes del estreno. Spielberg fue muy arriesgado al querer reinterpretar un clásico, pero West Side Story ha crecido gracias a su contribución, y el resultado de su atrevimiento es una perfecta versión de la historia para este siglo.