Ron Howard es una de esas personas que domina la industria del cine, la domina en todas sus facetas desde hace casi tres décadas. La domina de esa forma en que encadena éxito tras éxito y siempre le esperan nuevos y sorprendentes títulos. Es esta capacidad la que le permite aventurarse en proyectos a los que nadie querría acercarse, y sobre todo, a los que todos temen, y seguramente el guión de Walt llevase años en el cajón de las productoras, o en la reserva del propio Ron Howard.
De una forma más que valiente, Howard se introduce a contarnos la vida de uno de los mitos de universales, una de esas personas que por más que conozcamos o no, su pequeña vida, fuera cual fuera se ve empequeñecida por el inmenso peso de su nombre en la conciencia colectiva. Aun así, y como una especie de preludio de algo mayor, Howard acomete de una forma sobresaliente esta tremenda empresa, acompañado por la interpretación de un Ryan Gosling que se consagra como un actor más que carismático, dotado para la interpretación, y que en manos de un director talentoso luce con todo su esplendor. Aunque si bien la caracterización del personaje es meramente circunstancial.
En un recorrido por su vida, y a diferencia de otras películas biográficas, Howard pasa de puntillas por la traumática infancia de Walter Elías Disney. Sí nos muestra un profundo mundo interior, poblado de amigos imaginarios y fantasías, que fue alargando en su vida. La película comienza como tal en el regreso del protagonista de su servicio como conductor del ejército en Francia, y como en este regreso ve reflejado ese mundo de fantasía en las primeras películas de animación, sus comienzos en la animación, y que culmina en la formación de su compañía, y del simbolismo de esta.
Con un concepto de corrección absoluto Howard elude cualquier acercamiento a las polémicas que rodearon a este personaje durante su vida y tras su fallecimiento. Howard esgrime todo un argumento de colores y formas que no hacen más que trasladar al espectador a cada uno de los momentos de la vida del protagonista. Realizando un ejercicio similar al que Martin Scorsese realizara en El Aviador, transformando al color y la textura de la película en un elemento narrativo y ambiental más.
No sólo nos va desgranando cada uno de los elementos que forjaron a la persona, en determinados momentos se permite la licencia de hacer insinuaciones visuales al origen de sus personajes dentro de la propia vida de Walter Elías Disney, así como en el conjunto de influencias artísticas que acabó transmitiendo en su propia obra. Mención especial a la música del film, donde Howard se permite ambientar con insinuaciones orquestadas a las míticas canciones clásicas de la factoría Disney, aquellas canciones en las que el protagonista participo, dirigió y dio su beneplácito, lo que no deja de ser una acertada decisión en una obra de estas características.
Una película biográfica que se transforma en una obra de imaginación y color, una película que cuenta la historia de un creador de imágenes evocadoras, y de sentimientos infantiles, de inocencia y fantasía, mucha fantasía.
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Por alguna extraña razón, ni siquiera había oído hablar de esta película (¿eso dice muy poco de mí?). Y por otra menos extraña, ahora me he quedado con las ganas de verla.