¿Como se narra una película? ¿Es necesario empezar por el principio y terminar por el final? ¿Queremos que los personajes verbalicen todo lo que hacen o dejamos que sus acciones, miradas y acciones nos guíen? ¿Intentamos darlo todo mascado en términos de historia de forma que el espectador no se tenga que esforzar o no nos preocupamos de ese tema y el que no se entere que se fastidie? Tengo claro que ninguna de las respuestas a estas preguntas es correcta a pesar de que el discurso impuesto es el de la verbalización, la claridad y la linealidad. Esto no es en sí malo, pero no debe alejarnos de una propuesta tan radical como Upstream color.
Tras debutar con el laberíntico drama de viajes en el tiempo Primer, Shane Carruth ha tardado nueve años en levantar su segundo largometraje que, de nuevo, no está dejando a nadie desapercibido. Intentar plasmar qué historia pretende contarnos Upstream color sería un ejercicio de insolencia que daría lugar a mil discusiones, más que nada porque cada uno intentaría entender una cosa diferente y algunos, la mayoría, no entendería nada. Y ahí está el problema, en intentar entender algo que no está hecho para ser entendido.
Películas como Upstream color no hay que entenderlas, hay que sentirlas. Del mismo modo, no se puede analizar con las clásicas estructuras de planteamiento, nudo y desenlace. La película de Shane Carruth es hacernos partícipes del desasosiego, vacío y sentimiento de pérdida de los personajes sin que tengamos necesidad de saber nada más de ellos. Así, se nos propone un continuo audiovisual de impecable tratamiento en todos sus apartados: una subyugante fotografía acompaña a una hipnótica pista sonora en la que se confunden ruidos, música y diálogos sin que ninguno de ellos tenga preponderancia pero teniendo cada uno de ellos su momento de protagonismo.
Conceptos como aburrimiento, coñazo, basura y pedantería se os vendrán a la cabeza viendo esta película, lo sé. Pero, a ver, ¿vosotros tenéis que estar todo el día entretenidos? Que lo mismo sois de los que va a un museo y lo ve todo corriendo como si tuvieseis diarrea. Upstream color tal vez debería estar en un museo, pero eso no impide que la podáis ver en vuestra casa y disfrutarla. Pero, sobre todo, dejarnos llevar por los sentidos y dejar el cerebro a un lado.
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