Una mujer fantástica podría clasificarse en el género contemporáneo latinoamericano de la ficción-documentarizada, o el documental-ficcionado. Un genero crudamente despojado de artificios; composiciones domésticas y solemnes cuya sencillez, por si misma, trasciende lo bidimensional hacia una verdadera experiencia de arraigo con lo que sienten los personajes. Largos minutos de silencio que, en la mayoría de las ocasiones, piden ayuda a gritos; ayuda para aliviar el sufrimiento de una persona cualquiera, como tú y como yo. Para labrar esta conexión tan íntima con los personajes, este tipo de cine suele estar interpretado por personas que no son actores o actrices profesionales. Este recurso se convierte, en muchos casos, en una sorpresa que resignifica toda la película. Sin embargo, en otros, se queda en una especie de parálisis entre un hiperrealismo, relativamente eficiente, y una sensación de estar ante una persona muerta de la vergüenza ante la cámara.
El director de esta producción chilena, Sebastián Lelio, ha seguido estas reglas de la ficción documentarizada a raíz de un encuentro personal con su protagonista, Daniela Vega, una cantante lírica transgénero que se erige actualmente como una la gran revelación del cine chileno.
Daniela es una buena intérprete, sin embargo, creo que la decisión de cargar prácticamente el cien por cien del peso de la película en ella, no resulta un acierto tan victorioso como describe la crítica internacional. Daniela es una intérprete fundamentalmente fotogénica, para la cámara y para nuestros propios ojos. Es una presencia agradable, una voz preciosa y una feminidad imponente e incuestionable. Resulta muy inquietante la invasión, tan abstracta y tan absoluta a la vez, de esa feminidad sobre un cuerpo visiblemente masculino. No es de extrañar, pues, que Sebastián Lelio quisiera narrar su historia y hacer chirriar de rabia a la sociedad chilena, con una certeza que atraviesa cualquier tipo de norma sexual, ya sea histórica o biológica. Cualquier persona que conozca a Daniela Vega (Marina Vidal, en Una mujer fantástica) sabrá que está conociendo a una mujer.
Es entonces Una mujer fantástica una película con una noble y revolucionaria intención, y con un claro punto de mira como la sociedad chilena, tan apanicada ante cualquier cosa que se salga de lo tradicionalmente y católicamente normativo (no olvidemos que Chile es uno de los pocos países en el mundo en el que el aborto es ilegal, y donde hasta ahora no se ha planteado un proyecto comprometido para su despenalización).
Una mujer fantástica descansa sobre el único recurso de la cruel realidad de una mujer como Marina en una ciudad de Chile. Marina tiene un gran corazón, y a su alrededor existe un sinfín de personas malas que representan las diferentes formas de agresión y humillación que sufren los transgénero. Sin embargo, todos estos personajes, tanto Marina como todas las aves carroñeras que vuelan a su alrededor, se quedan en la simple representación de un símbolo.