Dos mil dieciocho probablemente haya sido uno de los años cinematográficos más fructíferos en cuanto a debate, polémica, análisis y reflexión sobre la naturaleza cambiante del medio. El año en el que se ha estrenado una película póstuma de Orson Welles en Netflix. Y otra de los Coen. Y otra de Alfonso Cuarón que casi no se ha podido ver en salas. Y hasta una película interactiva basada en el universo de Black Mirror, en la que el espectador puede tomar decisiones que repercuten en la narrativa. Es evidente que algo en la industria está cambiando. Y es bueno y coherente que reflexionemos sobre ello.
Es precisamente este resurgir de la conversación cinéfila lo que me ha abierto el apetito para desarrollar en este texto una recopilación del mejor cine que he visto este año, refiriéndome en todo caso a las películas estrenadas en España durante todo el 2018 (ya sea en salas o en el salón de nuestras casas vía streaming). Sin más dilación, ahí va un compendio de mi año cinematográfico, un año caracterizado por el disfrute sin complejos al que me han sometido las siguientes películas (en orden cronológico de estreno en nuestro país):
– Tres anuncios en las afueras: Martin McDonagh distorsiona la realidad de la actual Norteamérica profunda para lanzar este cóctel mólotov directamente a la cara del espectador medio, demasiado preocupado con buscar límites (narrativos, tonales y de cualquier índole) donde no los hay. La vida como una tragicomedia protagonizada por un puñado de hijos de puta que intentan, en mayor o menor medida, no serlo. Solo le echo en falta a Colin Farrell.
– Zama: La propia Lucrecia Martel, directora de esta obra maestra, se preguntaba en un artículo suyo para El País los motivos que la llevaron a su creación. Cito su respuesta: “Porque pocas veces en la vida se puede emprender una excursión irreversible y exquisita entre sonidos e imágenes a un territorio decididamente nuevo”. Efectivamente, Zama es un intrincado viaje hacia la desesperanza. Una suerte de comedia fatal repleta de animales, fantasmas y marionetas varadas en deseos vacíos. Pero sobre todo son imágenes y sonidos —la edición de sonido es la mejor del año— que perdurarán.
– Call me by Your Name: El monólogo final de Michael Stuhlbarg eleva Call Me By Your Name a la condición de clásico, pues, de algún modo, universaliza un romance —el que corresponde al primer amor— y nos invita a rememorarlo junto a Timothée Chalamet en un último y conmovedor primer plano. El resto de la cinta, una colección de momentos fugaces filmados por Luca Guadagnino con inadvertida coherencia y latente sensualidad, establece un interesante símil narrativo entre el enamoramiento y el paso del tiempo durante el verano, ambos sucesos efímeros y, a la vez, persistentes para siempre en la memoria, como cada escena de esta maravillosa película.
– El hilo invisible: Paul Thomas Anderson es uno de mis directores favoritos. Sus películas consiguen llevarme a un nivel de abstracción difícilmente alcanzable a través de cualquier otro medio. La perfección de Phantom Thread abruma. Yo llegué a derramar lágrimas ante la perfección de una escena de esta película. Una visita fantasmagórica que se encumbra como una de las mejores escenas del año dentro de una de las mejores películas del año. Un retrato sobre la toxicidad de las relaciones, el suicidio amoroso al que nos abocamos al enamorarnos y los estrambóticos estragos que causa el amor al coserse, puntada a puntada, a nuestra piel.
– Lady Bird: Entrañable película sobre una etapa clave de la vida en la que nada sale como debería, pero todo se recuerda con añoranza; el complejo entramado de sucesos y relaciones que convergen en la construcción de una identidad propia y su afectación en la estabilidad de las relaciones maternofiliales. Y es que Greta Gerwig no desaprovecha un plano, una línea de guion ni un personaje en la construcción del mensaje de su película, una historia universal y a la vez tan personal que es prácticamente imposible negar su poder evocador o su condición de pertenecer a esta lista de lo mejor del año.
– Ready Player One: Las dos vertientes temáticas más reconocibles del cine de Steven Spielberg se dan la mano en Ready Player One de la manera más metaficcional posible; el cine de aventuras como evasión total de la realidad y el humanismo patente en sus relatos como reflejo mordaz del contexto sociocultural en el que vive su autor. Una historia épica construida sobre tres actos clásicos que se desarrolla casi por completo gracias a la inabarcable innovación técnica y tecnológica de la que disponemos hoy en día y, que sin embargo, ofrece una lección impagable de narración cinematográfica a través del ritmo, la cámara y el montaje.
– Isla de perros: otra maravilla para los ojos y el corazón dirigida por el siempre exquisito Wes Anderson. Una oda a la amistad —perruna en este caso— que aborda temas de trascendencia sociopolítica actuales, como el totalitarismo, el populismo, la censura o el racismo. Y lo hace mediante la perfección plástica que solo puede ofrecer la animación, llevada aquí por Anderson hasta extremos en la planificación de la puesta en escena rara vez vistos en esta forma artística. Inspirado por la película, he escrito este Haiku, un poema japonés minimalista que trata sobre la amistad, la trascendencia, la rutina, la soledad y las ganas de ser mejor persona:
Mi perro duerme
Quizás sueñe con algo
Quizás conmigo
– Lucky: La despedida del gran Harry Dean Stanton a través de un personaje que parece escrito para la ocasión: un octogenario aterrado por la idea de morir. John Carroll Lynch dirige esta cinta de ritmo pausado con la pausa que demandan los temas a tratar, principalmente la idea de que debemos aceptar el estar de paso por la vida, y que consentir todos sus sinsentidos es un acto de madurez emocional imprescindible para marcharnos de ella con una sonrisa.
– Hereditary: Ari Aster dirige esta cinta que narra la progresiva desfragmentación de una familia norteamericana mientras sucumbe ante misteriosas influencias malignas. Una película espeluznante sobre la incapacidad del ser humano de escapar a su destino, de cuyos hilos tiran, en esta ocasión, fuerzas fantásticas de carácter terrorífico. Una planificación casi enfermiza, actuaciones que provocan escalofríos y la creación de una de las atmósferas más malsanas e insostenibles que recuerdo, hacen de Hereditary la mejor película de terror de 2018.
– Mission: Impossible – Fallout: Muerte al superhéroe, larga vida al superhombre.Creo que es la primera vez que temo por lo que pueda pasarle a un actor por hacer lo que está haciendo en pantalla solo para que yo me entretenga. A Tom Cruise, la última estrella de Hollywood, le atormenta poder defraudarnos. Ethan Hunt vuelve a conseguir que eso parezca imposible regalándonos una de las mejores películas de acción de la historia. Tom Cruise lleva la actuación a otro nivel de realismo y deja patente su increíble sentido de responsabilidad para con el cine y su público. Con cierta perspectiva al respecto, puede ser que lleguemos a tomar conciencia de que quizás nunca volvamos a ver a un profesional de su talla en la gran pantalla. Quizás nuestros descendientes tampoco.
– Todos lo saben: La última película de Farhadi es un thriller notable y un drama sobresaliente. La mirada del director iraní saca a relucir la vertiente más pasional de nuestro carácter para mostrar la ponzoña que habita en la gente de esos lugares repletos de secretos a voces que son los pueblos. Parece ilógico, por tanto, que una película como esta, que refleja a la perfección muchos de los detalles que conforman nuestra identidad española, no haya sido seleccionada para representarnos en los Óscar. Oportunidad perdida.Destacar por encima de su brillante reparto coral —que incluye al mejor Bardem y a la mejor Penélope de los últimos años— a la gran Bárbara Lennie, siempre certera a la hora de medir la intensidad de su actuación en cada expresión y en cada línea del diálogo.
– El reino: La nueva película de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña arranca con un plano secuencia que anticipa el punto de vista y el tono de la historia que vamos a ver a continuación: el vertiginoso descenso de un político corrupto a través de todo el entramado de relaciones de poder que conforma la maquinaria criminal en la que ha divergido la política nacional española. Con una narrativa más propia de una cinta de gánsteres que de una trama política, la película se desarrolla de manera vibrante de principio a fin a ritmo de música electrónica, y evidencia el estado infecto en el que se encuentra el estrato político español mientras señala la desvergonzada aceptación y normalización de su actual condición de banda organizada.
– First Man (El primer hombre): Esta magnífica película conforma una interesantísima trilogía con Whiplash y La La Land sobre los mecanismos que mueven al ser humano a marcarse y superar metas; ese etéreo combustible que alimenta los sueños. Damien Chazelle vuelve a reflexionar sobre aquello que nos mueve a realizar tareas a priori inalcanzables por nosotros mismos, y utiliza para ello la historia de Neil Armstrong, por lo que muchos han confundido esta excepcional cinta con un biopic dramático al uso. La extraordinaria puesta en escena, basada en el minimalismo y predominio de la confrontación de distancias —tanto físicas como emocionales— se encarga de tirar por tierra esta posibilidad. En realidad, cada vez que Ryan Gosling mira la luna en esta película no lo hace como un héroe ansiando realizar una tarea imposible; sino como un padre que le ha perdido el sentido a la vida y solo sabe huir hacia delante.
– Quién te cantará: Hay películas que te resquebrajan poco a poco pero no terminan de romperte en el momento. Son las peores. El día después de ver Quién te cantará andaba derramado por el suelo escuchando a Mocedades. Era mi cumpleaños y fue un hecho que pronto dejó de importarme. ¿A quién le cantaré? A Carlos Vermut me gustaría cantarle muchas cosas, incluido el cumpleaños feliz. Y que haga muchas pelis más. Decir que esta es la mejor película española del año es limitar su incontestable calidad al ámbito nacional.
– Infiltrado en el KKKlan: Citando a nuestro querido Isiah Whitlock Jr: “Sheeeeeeeeeeit”. Spike Lee vuelve a la carga con una de esas películas tan suyas, de fuertísimo carácter social y a la vez tremendamente divertida, pero sobre todo comprometida hasta la médula con la transmisión de su importantísimo y urgente mensaje; un puñetazo directo a la mandíbula del fascismo y los pensamientos supremacistas de cualquier calaña. Enmascarada como una comieda satírica y mordaz, esta cinta es en realidad un alegato contra el gran drama que sustenta los cimientos del país norteamericano: el racismo. Y en él, aunque la obra esté enmarcada en los años 70, se hacen múltiples referencias a los estragos que este mal sigue perpetrando en nuestra historia más reciente. Perfectamente narrada, con montaje sensacional y un poder discursivo y reflexivo a la altura de otras obras maestras del director, como Do The Right Thing.
– La balada de Buster Struggs: Las películas de relatos nunca han sido de mi agrado, pero la última película de estos dos señores ha supuesto una excepción. Los Coen consiguen recoger en una antología sobre el salvaje oeste los elementos clave de su cine —incluyendo todos sus deliciosos excesos— sin que el resultado sea en ningún caso irregular. Con la muerte como hilo conductor de todas las historias, es tremendamente complicado decidirse por solo una de ellas. En el fondo me alegro de que este proyecto de serie haya acabado siendo una película (o seis).
– Roma: Es imposible no dejarse empapar por Roma. Lo que consigue aquí Cuarón va más allá de plasmar los milagros rutinarios a los que atendemos, en constante movimiento panorámico horizontal —la vida, hasta ahora, solo se puede imaginar hacia delante o hacia atrás— mientras nos sumergimos en esta familia del México de los años 70. El director Mexicano crea a través de esos momentos una bella y triste historia de amor, sororidad, entereza, excepcionalidad y sencillez. El retrato ultraíntimo de un drama mayúsculo para una persona y a la vez insignificante para la historia. Con sus estupendas secuencias de terribles presagios, sus impertinentes aviones, ¡el agua!, la crudeza con la que se aborda siempre el realismo —ese parto, esa playa— y la manera en que se contextualiza el drama histórico sin dejar de girar el foco de la narración alrededor del drama personal, Cuarón ha compuesto una de las obras cinematográficas del año. Una maravilla excepcional que me hubiese encantado ver en la gran pantalla.
– Lo que esconde Silver Lake: Esta lista ha permanecido abierta hasta el estreno de Under the Silver Lake por cuestión de principios. Ahora puedo afirmar que mi película favorita del año se estrenó a 3 días de acabar este. Podéis encontrar fácilmente muchos de los referentes de esta obra mayúscula del delirio pop, pero yo voy a quedarme con que Under The Silver Lake es la narrativa alucinógena de Thomas Pynchon, es el suspense orquestado de Alfred Hitchcock y, sobre todo, es el terror paranoide de David Robert Mitchell. La peli que mejor representa los temores de toda una generación y la película con la que más he disfrutado en una sala de cine este año (año en el que, como habéis comprobado, me lo he pasado MUY bien viendo cine).
¡Feliz y próspero año 2019 a todos!