El pasado 17 de julio, los ojos del mundo del cine estaban puestos en Cannes: el festival más grande del mundo se disponía a entregar sus premios, y los rumores daban lugar a pensar que el palmarés sería uno de los más controvertidos de la historia del certamen. Tras una breve presentación a cargo de la actriz y guionista Doria Tillier (su expareja, Nicolas Bedos, cerraba el festival con OSS 117: Alerte Rouge en Afrique Noire), el presidente del jurado, Spike Lee, se dispuso a leer el primer premio de la noche desde un diván en el lateral del escenario, y ante la expectación y ojos de todos, en lugar de anunciar el galardón a Mejor Actor (Caleb Landry Jones por Nitram, pero quién se acuerda)… anunció la Palma de Oro para Titane, la excéntrica película de la realizadora francesa Julia Ducournau.
El error es apropiado para la película: Titane es una película sobre gente imperfecta. Por supuesto, Spike Lee, a diferencia de la protagonista de la segunda obra de Ducournau, no es un asesino en serie (aunque algunos recibimos sus últimas películas como si nos apuñalasen los ojos). Alexia (interpretada por la fotógrafa y modelo Agathe Rousselle) es una bailarina erótica en un salón de exhibición de automovilismo, o algo así.
La verdad es que la naturaleza del trabajo de Alexia, como tantas otras cosas en la película, no queda muy clara, pero no quedan dudas sobre un par de cosas: es muy buena en lo que hace, y aunque se intente disfrazar con atrezo mecánico, los hombres que van a ver a la protagonista de Titane y sus compañeras son el tipo de babosos que puedes esperar en un local como ese.
Ducournau nos introduce a la versión más oscura de Alexia cuando, después de un show, uno de sus fans la sigue al aparcamiento y… No, mejor no sigo. Es difícil hablar de Titane, eh. La verdad es que en cuanto terminó el pase me arrepentí bastante de haber elegido escribir sobre ella. La razón por la que no quiero seguir contando el argumento es que creo que es una película que se beneficiará mucho de un visionado sin saber nada de la trama.
Baste decir que Titane es una película bastante exagerada: coge una serie de personajes rotos (rotos de serie, para Ducournau el mal es algo intrínseco) y explora sus traumas, llevándolos al extremo. La escena que abre la película, que muestra a la protagonista de niña y cómo consiguió la extraña cicatriz encima de su oreja, no deja lugar a dudas sobre la naturaleza de la relación entre Alexia y su padre (el director Bertrand Bonello)… y esta es casi la relación más sana de la película.
Ducournau se arrastra por un subsuelo con olor a gasolina y alquitrán, tirando de sus personajes aunque estos no quieran, llevando la película por derroteros realmente desagradables, pero sin duda impresionantes: no han sido pocas las veces que he apretado los dientes o asido los brazos de la butaca, asqueado y sorprendido por lo que pasaba en la pantalla.
Se ha hablado mucho de Titane como la sucesora natural de Crash (la buena, la de David Cronenberg), y se ha alabado a su directora como la gran realizadora de la nueva carne en el cine, lo que sea que quieran que signifique esto. Lo cierto es que ni Titane se parece a Crash, ni a Ducournau le importa un pepino la carne o los cuerpos.
En su esfuerzo por escapar constantemente de etiquetas, Titane se pierde, y el juego metanarrativo que en Crudo (el espectacular debut de la directora) podía tener sentido con unos personajes algo más atados al mundo de la realidad, se difumina en su nuevo esfuerzo entre golpes, y carne y más golpes. Hacia el final del primer tercio de la película, hay una escena en una casa con diferentes momentos de violencia (bastante variada, todo sea dicho); la forma de Ducournau de filmar los cuerpos es totalmente desinteresada, nada está pasando ahí que no sirva para que su protagonista (cuyas tendencias homicidas parecen regirse por la misma lógica que la gente del meme crrraaaazyyy de forma no irónica) vaya de un lado a otro, de una forma que la directora hace pasar por la de alguien perdido, sin rumbo, pero que por economía narrativa termina convirtiéndose en un paseo sobre raíles en dirección a la segunda mitad de la película.
Esta segunda mitad da un volantazo de 180º que termina de dinamitar la historia: o estás con ella, o te esperan 45 minutos de una de las narrativas más exacerbadas y ridículas que se han visto en una pantalla en los últimos tiempos. Y es que Titane es realmente salvaje en su forma de explotar traumas sin ningún tipo de empatía por los personajes (aunque os dirán que aquí el amor lo puede todo, desde luego que no es el caso).
Evolucionando de un drama hiperviolento y descarnado en la vena feísta del cine sucio de NWR (en sus inicios), la segunda mitad de Titane habla de padres e hijos, de familias encontradas, de los traumas que subyacen y del daño que nos hacemos sin (o por no) abrirnos a los demás, coronado por neones, needle drops y cámaras lentas en la vena del cine hiperestilizado pero igualmente descarnado y sucio de NWR (en sus últimas películas).
Yo creo que no me bajé del todo de Titane hasta bastante después de terminar el visionado; la experiencia es suficientemente interesante, suficientemente loca para que quieras saber por qué lugares dementes van a transitar Rousselle y Ducournau. Pero la experiencia del momento no lo es todo en el cine (aunque me temo que en esto la directora y yo diferimos), y pensar en Titane es pensar en la posibilidad de estar viendo otras películas que tratan sus temas de forma mucho más interesante, que utilizan su marca especial de hiperestilización o de hiperviolencia de formas más creativas o más consecuentes con la narrativa que intentan crear, que comprenden que se puede escapar de etiquetas y crear historias atractivas dentro del gore, dentro de lo desagradable, que expulsan al espectador, y que aún así tienen una tesis, un objetivo.
Los problemas de Titane no están en la ambición de Julia Ducournau, y desde luego no vienen por las interpretaciones de una espectacular Agathe Rousselle o del titánico Vincent Lindon (que se lleva la película por delante en cuanto aparece, y del que me encantaría hablar, pero que está protegido por una muralla metalizada hecha de spoilers); el discurso sobre las identidades no binarias es acertadísimo y, desde luego, el aspecto más interesante de la película, y se integra de forma maravillosa con otros temas como las relaciones paternofiliales o los traumas familiares que crecen bajo la superficie.
Sin embargo, desde luego que esos problemas están en que esas ganas de rehuir etiquetas se conviertan en un garbeo sin rumbo por una historia que abarca tantos temas y pretende ser tan deslavazada que termina no yendo de nada, no tratando ninguno, no explorando nada salvo desde el cinismo que le aporta la distancia que necesita para poder estar un poco en todo. Está muy bien no querer ser lo que se supone/nos dicen que hay que ser, pero eres algo, y escapar la definición en este caso convierte Titane en un relato frío en que las llamas y la sangre no alcanzan a calentar los kilómetros entre el espectador y la pantalla.