Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.
La leyenda del tiempo (Federico García Lorca)
Lo cantaba Camarón, pero lo escribió García Lorca. La relación entre el arte y el tiempo es tan longeva como prolífica, y el cine, en su breve historia, no solo ha utilizado el tiempo como temática recurrente en infinidad de películas, sino que también ha experimentado con él en todas sus formas posibles, tanto narrativas como estéticas. Es el tratamiento del tiempo lo que diferencia al cine de otras disciplinas artísticas puesto que, como recogió Andrèi Tarkovski en su popular ensayo de teoría cinematográfica; el arte, la poética y la estética del cine surgen de esculpir el tiempo en imágenes.
Vivir es experimentar cómo el tiempo nos atraviesa mientras nuestros sueños se materializan y se deshacen con la fugacidad de una ola que viene y va. Y Tiempo, la nueva película de M. Night Shyamalan, es lo más parecido a experimentar de manera extrema y fulminante esa sensación del paso del tiempo a un nivel tanto físico como emocional.
La sinopsis de la película es sencilla: varias familias visitan una playa en la que el tiempo no funciona como debería: cada hora que pasan en ella equivale a dos años de vida. Tempus fugit en su máxima expresión. La cinta adapta la novela gráfica Castillo de arena, de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy, que en su origen fue concebida como un guion de cine.
Al apagarse las luces de la sala, y justo antes de comenzar la película, el propio Shyamalan nos da la bienvenida por regresar a los cines mientras deja patente su deseo de seguir contando historias para la gran pantalla. No es algo que ocurra normalmente y me parece un detalle muy definitorio de la personalidad del director, un tipo totalmente apasionado por su trabajo.
La película, en consonancia con los demás trabajos de su director, se presenta como un thriller híper-vitaminado y muy emocional, de tomas largas, dinámicas y siempre tensas; pero también como una pequeña película de género de ciencia ficción de una sola localización y un puñado de personajes, concebida para el disfrute del público medio, y por tanto sobreexplicada y saturada de acontecimientos impactantes. Cine de arte y ensayo en sus formas, en su puesta en escena y en la profundidad de su subtexto; y cine comercial en sus andamiajes narrativos, en sus diálogos y en su ritmo. El cine espectáculo para las grandes masas que concibió Hitchcock sin ceder ni un ápice de su talento como realizador al servicio de los elementos cinematográficos más puros.
El talento que exhibe Shyamalan resulta abrumador y asevera el estado de forma en el que el director se encuentra desde que estrenó La visita en 2015. En Tiempo, Shyamalan quiere hacernos reflexionar sobre cómo nos afecta el tiempo como individuos y cómo modula también nuestras relaciones con los demás. En una de las metáforas visuales más impactantes de la cinta, una herida recién abierta cicatriza casi al instante. Una forma elocuente de transmitir a través de la imagen la idea de que el tiempo puede llegar a curarlo todo, incluso aquellas heridas emocionales que nos marchitan por dentro, solo que a veces nos falta perspectiva.
También se hace hincapié en varios momentos clave de la cinta sobre la idea de crecer, madurar y dar el paso a la vida adulta. En una de las líneas de guion más bellas del año cinematográfico presente, una niña que ha pasado a ser adolescente a velocidad de vértigo asevera que en su mente ahora hay una variedad más amplia de colores, pero que estos son menos intensos. Y, posteriormente, cuando la adolescente ha desaparecido para dar paso a una mujer madura, reflexiona sobre si todos los adultos se sienten niños en su interior o es algo que solo le pasa a ella por haber crecido tan rápidamente. Todo esto mientras construye un castillo de arena. Pildorazos emocionales de gran calado que solo funcionan si entras en la película y aceptas su premisa y cómo esta afecta a sus personajes.
Más allá del interesantísimo abanico de reflexiones acerca del tiempo que habitan en el subtexto de la película, Shyamalan se nutre de todos los elementos visuales y sonoros a su alcance para narrar a través de la imagen: movimientos de cámara de todo tipo, distorsión de las imágenes y del sonido, situaciones fuera de foco, encuadres arriesgados y complejos…y además se reserva en la película un rol (como es habitual) que, en este caso, juega un papel de observador muy metacinematográfico.
En los últimos años se ha hecho más patente que nunca que M. Night Shyamalan es el hacedor de sueños más habilidoso y desacomplejado que existe dentro del cine mainstream. A los deliciosos e hipnóticos paneos pendulares que se repiten en Tiempo me remito. Qué imperfecciones más asonantes las suyas y qué suerte compartir su tiempo.