El director albaceteño José Luis Cuerda ha desarrollado en sus películas más personales un humor absurdo que se ha convertido en una de sus marcas de fábrica. Ahí están para demostrarlo Amanece que no es poco, uno de las pocos largometrajes de culto del cine español, y, en menor medida, Así en el cielo como en la tierra. Si en aquellas cintas plasmaba sus particulares versiones de un pueblo español y de la iconografía cristiana, respectivamente, Tiempo después aborda un futuro distópico donde ricos y pobres están claramente separados. Los tres trabajos comparten, sin embargo, elementos comunes: un reparto coral, un curioso sentido de la comedia y una estructura que funciona por acumulación de situaciones más o menos divertidas. Al igual que sus precedentes, el filme también es sumamente irregular, aunque existan suficientes momentos brillantes como para justificar el visionado.
Quizá su particular alegoría de la lucha de clases resulta un tanto obvia, aunque su visión del futuro se distancie tanto de las visiones apocalípticas a lo Mad Max como de los porvenires tecnificados de la ciencia-ficción. Más bien, Tiempo después acude a un retrofuturismo donde el lugar asignado a los pobres recuerda a los campamentos de las cintas de Robin Hood y el área privilegiada remite claramente a dos edificios tan peculiares como Torres Blancas y la Corona de Espinas, sede al Instituto de Patrimonio Cultural de España. Ambos mundos están separados ni más ni menos que por Monument Valley, el escenario favorito de los filmes de John Ford.
Cuerda se muestra muy pesimista respecto a un futuro donde las utopías parecen haber muerto y las revoluciones, como en casi todos los momentos de la Historia, acaban siendo vencidas por el sistema de una forma un tanto maquiavélica: asumiendo los aspectos más superficiales y asumibles, pero vaciándolas de contenido para asegurar el mantenimiento del orden establecido. El cineasta aliña el conjunto con algunos dardos dirigidos a la Iglesia católica y la monarquía, o referencias filosóficas y poéticas que provocan perplejidad al incluirlas en un contexto claramente cómico.
No obstante, si en algo destaca esta historia sobre un vendedor de limonada pobre que desestabiliza el sistema por sus deseos de vender su producto en el mundo de los favorecidos es por la habilidad de Cuerda para crear sketches absurdos que provocan simultáneamente extrañeza y risa. La particular concepción del absurdo del realizador manchego es única y sigue funcionando en algunos momentos de manera excelente, aunque el conjunto se revele un tanto deslavazado.
Pese a ello, Tiempo después es una reivindicable rara avis que nos permite disfrutar de un extenso reparto entregado a la causa. Entre el amplio elenco de intérpretes nacionales sobresalen Miguel Rellán, espléndido como afable guardia civil; Gabino Diego, descacharrante como caprichoso rey de bastos, y Roberto Álamo, que imprime la necesaria energía al líder de la particular revuelta.
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