The Rider, el llanero (muy) solitario

The Rider, la segunda película de Chloé Zhao, una de esas grandes promesas de las que no se habla nunca mucho, viene precedida por un éxito de crítica enorme: ganó el CICAE en Cannes, venció en Atenas, Deauville, Hamburgo y el FIPRESCI, tiene un sobresaliente en Metacritic y en Rotten Tomatoes… Con este bagaje, ¿quiénes somos nosotros para decir «Bueno, sí, está bien, pero a ver»?

The Rider

The rider triunfa cuando trata la masculinidad tóxica de su protagonista y del mito del cowboy y nos muestra cómo el personaje tiene que enfrentarse a una nueva vida alejado de lo que le hacía persona: el rodeo, los caballos, la adrenalina y el sentirse alguien. Tristemente, no es un retrato lo suficientemente poderoso, y algunas situaciones terminan girando una y otra vez en torno a lo mismo.

Es lógico: Zhao quiere mostrar la vida en Dakota del Sur, un lugar tan bello (la fotografía de la película es impecable, pero claro, es muy difícil que salga mal con unos parajes tan únicos) como repleto de soledad, melancolía y tristeza. Un sitio en el que cada día es igual al anterior, y todo el mundo se conoce. Del que nadie se plantea marchar. En el que nadie es totalmente feliz ni totalmente infeliz. El emplazamiento perfecto para la historia de Brady y su aceptación de la nueva vida que tiene que llevar.

Paradme si os suena: Brady es un cowboy especialista en montar caballos salvajes que acaba de tener una caída que le ha retirado del mundo del rodeo. Su sueño es volver a montar, porque es básicamente lo único que sabe hacer. Tristemente, lo tiene todo en contra: su hermano sufrió una caída que le dejó incapacitado, su padre intenta quitarle la idea de la cabeza y, además, debe cuidar de su hermana, con problemas mentales.

The Rider

El orgullo de Brady, que no renuncia a su sueño aun con todo en contra, no se muestra como motivacional. The rider no es Rocky, nadie se muestra realmente ilusionado por su posible retorno al rodeo más allá de él mismo y sus fans, que más que como una persona le ven como a un simple icono. Y esto es maravilloso, y probablemente el mayor logro de la película: mostrar a un personaje tan marcado por su pasado y por lo que le han enseñado que se niega a admitir su propia fragilidad.

Y, sin embargo, la fragilidad le rodea. Su familia se muestra como posibles recuerdos de lo que pudo haber pasado (hasta puntos, todo hay que decirlo, excesivamente dramáticos), y sus amigos son apenas importantes en una trama que pivota continuamente en torno a los sentimientos de la única persona que, tradicionalmente en Hollywood, no tiene sentimientos: el cowboy. Aunque Brady los oculta delante de sus seres queridos, no puede ocultarlos al espectador, que percibe detrás de cada uno de sus movimientos la infinita tristeza de su interior.

The rider no sorprende porque ni siquiera tiene las cartas para hacerlo. Es una película de caballos, cowboys, rodeo, melancolía y música country en el centro de Estados Unidos, pero, además, suma a esta mezcla algo de drama intimista, un poco de torpeza narrativa, un personaje principal interesante y una historia que, más que sentimental, es sensible. ¿El resultado? Una película que viste muy bien el traje que le han puesto.

The Rider

Como hemos dejado caer, The rider no es una película perfecta, pero sí bella. Es difícil, claro, que un film rodado en las llanuras de América sea feo. Su directora, Chloé Zhao, lo sabe, y apuesta todo lo que puede por los atardeceres, los caballos trotando, los planos crepusculares y por explotar la belleza americana. Lo consigue. Su Dakota del Sur es un sitio del que no queremos irnos nunca, como si fuera un sitio mágico que no existiera realmente en este planeta.

Por su parte, Brady Blackburn y su familia están interpretados por actores no profesionales: Brady Jandreau y su propia familia, que hacen un espectacular trabajo teniendo en cuenta que es la primera vez que se ponen delante de una cámara. De hecho, la historia está cogida de la propia vida de Jandreau, que se hirió la cabeza tras una caída desde su caballo.

Entonces, ¿es tan buena como se dice? Más o menos. The rider es algo torpe durante su desarrollo, no consiguiendo mantener el interés de todas las tramas de la película, y a ratos no logra encontrar la verdad en los fotogramas (otras sí: ojo a la escena final, donde más de una lágrima caerá), pero se puede entender por qué ha fascinado a la crítica. Es por su tono, su belleza, su ritmo, sus actuaciones, su necesidad de contar lo que cuenta, sus planos largos, sus silencios, su necesidad de ser mostrada en 2018.

Has visto esta película antes, pero casi nunca tan bien contada. Y eso tiene un mérito.

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