“Los hombres viven su vida mientras nosotras esperamos. Ven una libertad que yo no veo”, dice en un momento de la película Felicity Jones, la protagonista de The Invisible Woman (La mujer invisible). No voy a negar que es una frase maravillosa, precisa, concluyente, rica, valiente, y, me temo, también bastante actual, aunque los anuncios de leche sin lactosa nos quieran hacer creer lo contrario. Me chocó esa frase, la verdad, sobre todo teniendo en cuenta que el personaje que la pronuncia, Nelly Ternan, vivió en la época victoriana (Inglaterra en el siglo XIX, mujer que vemos en las películas normalmente acalorada bajo su vestido abotonado hasta la barbilla con su crinolina debajo, para dar cuerpo a las faldas).
Sería maravilloso, queridos amigos, si yo hubiera aceptado el pacto de ficción en el que una mujer fuerte pronuncia esa frase en esa época concreta de la historia, es más, si la hubiera gritado Holly Hunter en El Piano me habría echado a llorar (aunque estaba muda, la pobre); pero no, lo siento, no me la trago, vaya pildorita áspera. El personaje de Nelly Ternan solo tiene en común con el que a principio de los 90 interpretara Hunter algún que otro paseo por la playa (y con mejor climatología). No me presenta a una mujer fuerte, ni tampoco a una mujer débil. Enamorada perdidamente tampoco, ni movida a las claras por el interés o la admiración, ni a una mujer presa de los remordimientos, ni a una mujer que se pasa las convenciones de su sociedad por el forro de la enagua. Nelly Ternan no es ninguna y es todas ellas, y en esa indefinición yo, como espectadora, me pierdo bastante.
La que fuera amante de Charles Dickens es dibujada en esta segunda película como director de Ralph Fiennes como una jovencita de 18 años con escaso talento para la interpretación teatral. Punto y final. Después de casi dos horas de metraje no puedo sacar otra conclusión, porque no estoy segura de lo que siente ella realmente. Se ve que admira la obra del autor, pero, ¿qué siente por el autor aparte de su obra? Sinceramente, no me he enterado.
Narrar una historia pasional desde la contención tiene estos peligros. Entiendo que Fiennes me haya querido dejar claro que un autor como Dickens, consagradísimo, casado cincuentón, y padre de 10 hijos, no quisiera visibilizar su relación con Nelly Ternan, treinta años menor. No le convenía romper las convenciones sociales de la época para dar al traste con su reputación, pero tampoco quería renunciar a su amante, de acuerdo, pero ¿y ella?, ¿dónde estaba, por qué y cómo se ha perdido?
La escena en la que el autor y la joven se besan por primera vez se produce en una penumbra absoluta, en la que adivinamos el deseo de Dickens pero no se puede ver qué demonios siente ella, ese claroscuro me exaspera. No quiero decir con esto que la película sea fría o insulsa, de lo que me quejo es de que no he conseguido involucrarme; de lo que me quejo es de que se llame The Invisible Woman (La mujer invisible) y sin embargo, para mi como espectadora, siga siendo invisible después de conocer su historia al completo.
Tal vez tenga que reconocer que me ha seducido mucho más Catherine Dickens, el personaje interpretado por Joanna Scanlan. Una mujer fuerte, madre de diez hijos, harta de la vida nocturna del escritor y de tener que compartirlo con el público, harta de tener que fingir que le interesa la literatura lo más mínimo, humillada públicamente. Me gustaría ver una película donde ella sea la protagonista, la verdad, a ver si alguien se anima a hacerla algún día, porque en su boca de coneja burlada de lindos bucles de tenacillas en el pelo me creería más la frase: “Los hombres viven su vida mientras nosotras esperamos. Ven una libertad que yo no veo”.
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