Podría parecer desde el papel que The immigrant, jugando desde la liga de una mega producción con grandes estrellas en su cartel, va a optar por una épica y grandilocuencia comercial a la que se podría prestar el tema de la inmigración en la América de los años veinte. Pero el heroico recorrido de supervivencia de esta joven polaca que lucha por salvar a su hermana (y a sí misma) de las garras del sueño americano es tenue, casi borroso y de una musicalidad que roza lo místico.
Este nuevo fresco de James Gray vuelve a reincidir en el melodrama de tintes clásicos, en la tradición y el academicismo. Su gran preocupación son los dilemas morales, la mezquindad del ser humano, la familia, la culpa y el perdón. Y todos estos temas capitales están aquí, dentro de esa quietud y sutileza que tanto gustan al director estadounidense. La progresión dramática es delicada pero punzante, y solo en su capítulo final de redención se permite una descarga de gravedad visceral importante.
El director de Little Odessa parece destinado a seguir siendo uno de los grandes tapados del cine contemporáneo. Sus películas, aunque gocen de la aprobación de gran parte de la crítica, nunca han acabado de cuajar entre el público en general y parece ser que tampoco entusiasma demasiado a los grandes estudios. Pero The Immigrant (aunque haya cosechado opiniones muy tibias a su paso por Cannes) es ese tipo de cine mayúsculo de otros tiempos que ya casi no existe, y aunque no alcance las cotas de perfección de Two Lovers es una nueva confirmación de su operístico pero contenido talento.