Para quien no la conozca, The Room es uno de los desastres cinematográficos más anómalos y extrañamente disfrutables que se hayan rodado jamás. Poco puede decirse sobre ella que le haga justicia. La ópera prima de Tommy Wiseau es una cinta terrible, si, pero también hipnótica y fascinante. E hilarante. A partes iguales. Es una película que no se puede explicar con palabras, hay que verla para creerla. Es más, os ordeno que la veáis. Ahora mismo. Sí. De aquí no me muevo. Dejad este párrafo, corred hacia vuestro proveedor de torrents cine underground más cercano y cuando la hayáis visto volvéis.
¿Ya? ¿Seguro? No hagáis trampas, ¿eh? A ver si la vamos a tener.
Ahora estoy seguro de que tendréis millones de preguntas. ¿Quién demonios es Tommy Wiseau? ¿De dónde sale? ¿Quién le dijo alguna vez que podría actuar? ¿Cómo consiguió financiación para rodar semejante zurullo? ¿Alguien pensó en algún momento que sería una buena idea o todos sus implicados sabían a ciencia cierta que estaban formando parte de una abominación? Muchas de estas preguntas son contestadas en el libro The Disaster Artist, escrito por Greg Sestero (actor que interpreta a Mark en la cinta y lo más parecido a un amigo íntimo que tiene Wiseau), y muchas otras quedarían en el aire para alimentar el aura de misterio que rodea a su director.
Tomándose algunas licencias, aunque menos de las que cabría esperar, The Disaster Artist es una adaptación de este libro que sirve como homenaje al enorme fenómeno de culto que ha supuesto The Room a la vez que nos cuenta cómo la historia sobre cómo fue llevada a cabo y por qué. Y no, The Disaster Artist no es sólo una comedia más de James Franco y Seth Rogen, que lo es. Ni tampoco una fascinante reflexión sobre lo relativo del fracaso en el mundo del arte, aunque también lo es. No, sobre todas las cosas, lo que nos encontramos es ante la divertidísima, tierna (y muy jodida por momentos) historia sobre la improbable amistad entre dos sujetos que a priori no podrían tener menos que ver.
Imperdonable me parecería que The Disaster Artist no se llevara más de una nominación a los Oscar. Puedo decir tranquilamente y sin despeinarme que se trata de uno de los cinco mejores films del año. Su impecable guión escrito a pachas entre Scott Neustadter y Michael H. Weber se toma su tiempo para respirar y empezar con calma. Entenderemos qué le lleva a sus personajes a tomar las cuestionabilísimas decisiones que toman y nos maravillaremos con sus rarezas. Al principio parece que el rodaje de The Room vaya a abordarse sólo de forma anecdótica, pero no es así. Cuando The Room entra en escena, se apodera de la película y nos proporcionará un festival de carcajadas y situaciones tensas.
La labor de James Franco detrás y al frente de las cámara, titánica donde las haya, consigue no sólo recrear con una precisión milimétrica las escenas originales de The Room (ojo al increíble detalle con el que han replicado los sets), sino que logra mimetizarse por completo ante la figura de Tommy Wiseau. Y no, no es que el resto de los actores lo hagan mal —Dave Franco es un excelente Greg Sestero—, pero James Franco consigue que no le veamos en ningún momento. Logra que nos olvidemos de quién es y que veamos única y exclusivamente a Tommy.
No es una imitación caricaturesca basada en la parodia, es un acto camaleónico donde los haya. Me he reído con los manierismos de Tommy, con sus risas inadecuadas y su nefasta forma de interpretar. He sentido en todo momento que me reía de Tommy. No de James Franco imitando a Tommy. Y eso es muy difícil de conseguir. Sencillamente, viendo entrevistas a posteriori, tengo la teoría de que Franco era único el actor adecuado para este papel porque tanto él como Tommy provienen del mismo planeta.
Y es en este rechazo a la parodia, tanto a la hora de retratar al personaje principal como a las situaciones que le rodean, donde está la clave de su encanto. En su ausencia total de una coraza, de una distancia irónica. Aquí todo va en serio y de corazón. The Disaster Artist se merece ser violada con galardones por todos sus orificios: te hará reír a carcajadas, te obligará a apartar la mirada de la pantalla, te empañará los ojos en lágrimas y te hará arder en deseos de ir corriendo a Google para comprobar si todo lo que se cuenta en ella es cierto. Os lo adelanto yo: casi todo. No tengáis mucha prisa en abandonar la sala, no querréis perderos el mejor cameo de todo el metraje escondido tras los créditos finales. De nada.
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