Desde los tiempos de Chaplin los actores cómicos han supuesto una de las mejores armas que el drama ha encontrado. Ante ellos bajamos la guardia y, conocedores de que estos intérpretes tienen su fuerte en la comedia, confiamos, inocentes, en que no nos harán llorar, ni nos proporcionarán un atisbo de tristeza. Desde el cine mudo hasta llegar a Jim Carrey, pasando por el imprescindible Jack Lemmon, los cómicos han encerrado siempre ese poso del payaso triste que nos hace esbozar una sonrisa mientras nos mira con una angustia existencial desoladora.