Las agresiones, humillaciones y distintas formas de marginación y hasta criminalización de las mujeres constituye un vector central en el cine contemporáneo. Ahora mismo la cartelera ofrece historias sobre la pérdida de autoestima por el cuerpo despreciado (Tiger Stripes), el mesianismo de una madre enloquecida (La virgen roja), una esposa controlada y sometida (Solo para mí) y una joven matemática que ha de sobrevivir en un entorno patriarcal (El teorema de Marguerite), a las que se sumará la estupenda miniserie Querer de Alauda Ruiz de Azúa sobre el machismo inconsciente y paternalista.
El llamado «caso Nevenka» (¿por qué siempre el nombre de la víctima y no del agresor?) marcó, hace ya más de dos decenios, un vuelco en el tratamiento de la violencia machista. La sociedad de principios del XXI aún exigía a las mujeres demostrar resistencia a las violaciones y había excesiva «comprensión» hacia los abusos sexuales, que hasta entonces únicamente se penalizaban en determinadas condiciones. La economista y concejala de Hacienda del Ayuntamiento de Ponferrada Nevenka Fernández se atrevió a denunciar el abuso continuado del alcalde de la localidad leonesa y logró una sentencia condenatoria revalidada por el Tribunal Supremo. El castigo fue mínimo, limitado a multa e indemnización; de hecho, el Fiscal General del Estado tuvo que sustituir al del Tribunal Superior de Castilla y León por su agresividad y desprecio hacia la denunciante.
Nevenka Fernández tuvo que soportar manifestaciones de apoyo al alcalde ya condenado y acabó por marcharse del país. El antiguo regidor volvió a presentar su candidatura años después y logró cinco concejales. De todo esto habla el libro de Juan José Millás Hay algo que no es como me dicen: El caso de Nevenka Fernández contra la realidad (2004) y la imprescindible miniserie documental de Netflix Nevenka (2001) dirigida por Maribel Sánchez-Maroto.
Sobre esta historia ya conocida vuelven Icíar Bollaín y su coguionista Isa Campo en Soy Nevenka que concursa esta semana en el Festival de San Sebastián. El título asertivo, de afirmación de la personalidad e identidad —recuerda el cervantino «Yo sé quién soy» que enuncia Alonso Quijano— establece un punto de vista, una perspectiva que resulta esencial al relato, pues la agresión continuada, las humillaciones y amenazas, los abusos sexuales del alcalde Ismael Álvarez tienen como principal resultado la crisis psicológica profunda y la anulación de la personalidad. Más dañina y persistente que una violación física es esa violación psicoafectiva que humilla y destruye a la persona, echa por tierra su autoestima y sume en el pánico su psquismo. Centrada en la víctima, la película nos hace presente el calvario vivido por la economista ponferradina como se aprecia por el deterioro de su cuerpo y mente. La película, entonces, busca —y logra de forma admirable— la empatía con esta mujer y hace hincapié en ello reduciendo al mínimo el contexto social, los sucesos concretos y los sinsabores judiciales. Puede parecer que a la película le falta músculo dramático o un desarrollo que profundizara en los sucesos y les otorgara mayor universalidad.
Conociendo el cine de la siempre solvente Icíar Bollaín no extraña esa apuesta por el retrato de la persona agredida o víctima, pues esa empatía con mujeres heridas está presente en la chica desnortada de Hola, ¿estás sola? (1996), las inmigrantes de Flores de otro mundo (1999), la maestra luchadora de Katmandú, un espejo en el cielo (2011), la joven idealista traicionada por su familia de El olivo (2016), la mujer obligada a cuidar a los demás de La boda de Rosa (2020) y, por encima de todas, la esposa y madre sometida de Te doy mis ojos (2003), uno de los títulos esenciales del cine español de este siglo, que ha conocido una difusión en cineclubes, centros cívicos, sindicatos, universidades y ámbitos sociales y educativos hasta, más allá de todo entretenimiento y espectáculo, convertirse en paradigma del cine de intervención ciudadana.
Soy Nevenka refuerza su verosimilitud jugando la baza de actores poco o nada conocidos que, con la sabia elección y dirección, se funden con los personajes, de suerte que el espectador se sumergen en la ficción como si fuera la realidad misma. Con una economía narrativa notable, sin digresiones ni caricias visuales al espectador —se evita por completo el espectáculo de la violencia— se traza un perfil de cuantos rodean a Nevenka, logrando un retrato de la España de hace unos años, aún presente, pero, al mismo tiempo, tan lejana. Hay que llamar la atención sobre Ismael Álvarez, elocuentemente caracterizado como el cacique del ámbito rural que logra el poder mediante el clientelismo de quien vende favores y llega a interiorizar en la gente que su vida es un sacrificio por el pueblo. Ese populismo —perversión de toda democracia— con muchos saludos por la calle, conseguidor de cualquier demanda, hacedor de favores por doquier, genera en el alcalde un poder omnímodo hasta el punto de no entender el daño hecho a Nevenka, a quien ha convertido en concejala de Hacienda y ha otorgado una posición social en la ciudad.
La denuncia de ese populismo paternalista tan agresivo que convierte a los ciudadanos en súbditos y perpetúa el rol subordinado de las mujeres en un patriarcado ahora revestido de «compañerismo» con mujeres-cuota es importante en Soy Nevenka porque sin ese contexto no se entiende el crimen del abuso sexual, ante el que la sociedad es más sensible desde esos años.