Un grupo de soldados británicos llega a Irlanda del norte, país agitado por las diferencias políticas con un pueblo convulso que no duda en recurrir a la fuerza bruta para defender sus ideales. Esta es la premisa que desarrolla Yann Demange en su película de una forma bastante original y diferente. Demange nos introduce rápidamente en lo que le interesa: el conflicto. Los soldados británicos en una misión pacífica de reconocimiento se ven abrumados por una manifestación. Los irlandeses no dudan en utilizar la violencia, asesinan a uno de los soldados y otro consigue escapar, quedando totalmente abandonado, expuesto en un auténtico campo de batalla urbano. Resulta muy acertada la dirección de la secuencia de la manifestación. La cámara es totalmente móvil (muy documental) y el montaje es rápido e intenso, transmitiendo una sensación de angustia y de extremo peligro.
Una vez superados los primeros minutos de metraje, la película adopta un estilo mucho más lírico, con una estética más depurada. Seguimos al soldado perdido por largas y dilatadas persecuciones, la tensión está presente pero va desapareciendo progresivamente. La estética elegida por Demange para esta historia no es nada convencional. Un director cualquiera hubiese continuado con el montaje acelerado, con planos más cortos y con mucha más acción. Pero Demange renuncia a ello, nos quiere transmitir la angustia del protagonista; y los momentos más difíciles que tendrá que superar, no se solucionarán en pocos minutos. Esta apuesta genera realismo pero hace avanzar la obra con quizás excesiva lentitud. De todos modos es una propuesta sugerente y diferente, y hoy en día es muy difícil encontrarte con películas que cumplan dichas características.
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