Casi todos califican de comedia a Sinónimos, no consigo entender por qué. Ni en la forma ni en el contenido de la nueva cinta de Nadav Lapid existe nada que se le asemeje. Quizás sea David Tejero el que más cerca ha apuntado en ese aspecto: << Lapid dibuja [a su protagonista] con trazos animados, condicionando su atuendo—el abrigo amarillo que más tarde Emille y Caroline le proporcionan— a la imagen icónica de un integrante de la comedia del arte, una performance en la que su cuerpo es objeto y radar central de la escena >>. Que la comedia puede ser tragedia y que la tragedia de otros se puede convertir en nuestro deleite, pero en este caso cada cual en su lugar. Más allá de mis expectativas por una comedia que no llega por más que mi cerebro me sugestione, soy capaz de entender que en Yoav existe parte del simulacro de la commedia dell’arte. Como un arlequín, que con su disfraz enmascara su verdadera identidad, Yoav oculta su pasado como soldado israelí; desnudo en un piso sin amueblar en el centro de París, empieza de cero desproveyéndose de todo lo que significaba su ayer; debajo de su nuevo gaván amarillo, energía en una ciudad fría, se esconde un personaje que ha de construir su nueva identidad.
Sinónimos es una autobiografía mostrada en signos, una realidad en la que la realidad no tiene lugar. Nadav Lapid es deudor de Godard, del Bertolucci de Soñadores, pero también del Lanthimos de Canino, un cine en el que el símbolo prima sobre los convencionalismos narrativos a los que tan acostumbrados estamos. Lapid salta de un lado hacia otro, expone temas que no cierra y elabora un film caótico que confunde al espectador que trata de encontrar un clavo al que aferrarse. Los diálogos, en su búsqueda de profundidad, rebotan en el espectador por su pretenciosidad; las situaciones, en su afán alegórico, se desproveen del contexto necesario para que el respetable descifre los sentimientos del cineasta israelí. En Sinónimos hay una distancia abismal entre autor y espectador. Como a Yoav, nos falta un diccionario que nos permita entender qué significa todo esto.
Las razones por las que asumí que los sentimientos de Nadav Lapid no estimularían mi conciencia encuentran su origen en el mal primigenio de este tipo de cine. Al igual que en la pintura, una alegoría tras otra conforma un discurso cuyo hilo se encuentra no en la progresión dramática sino en los temas que se desarrollan. Carecer del código que descifre las imágenes obliga al nuestro sobreesfuerzo empático. Sinónimos pretende crear empatía desde lo intelectual, pasar del ethos al pathos como si fuese algo sumamente natural, lo cual sólo consigue que todas las imágenes repletas de significado resulten a mi comprensión vacías.
Con Sinónimos Nadav Lapid se viste de arlequín, un disfraz que simula lo que no es, es decir, una película vacía. Que también todo depende de cuándo y cómo venga a uno al cine. Me sorprendió la buena recepción que esta obra tuvo en Berlín el año pasado, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo de antemano para comprender a Lapid. Yo preferí no hacerlo (o no pude, que tampoco soy infalible), y como resultado tenemos una crítica que no es la de los demás sino que es la mía, de aquí y ahora. <<En otros lugares, hay otras cosas. A mí no me importan los otros lugares >>.