En una pantalla del viejo formato 4:3 y en luminoso blanco y negro decididamente Siervos busca trasladarnos a otra época, la de la dictadura comunista en Eslovaquia, y no sólo a otros años (principios de los 80). Este viaje permite al espectador pensar un tiempo de dilemas morales y de héroes de la resistencia, lo que otorga apuntes de ensayo al drama de ficción.
Está ambientada en un seminario en Bratislava, adonde llegan dos chicos, casi adolescentes, que poco a poco se enteran de la división en la iglesia católica, con una oposición más o menos explícita, apoyada por el Vaticano, enfrentada al régimen comunista y el grupo de católicos Pacem in Terris que apoya la dictadura (y que ha sido propiciada por el propio PC en el poder). La policía visita el seminario y presiona a los dirigentes, amenazando con torturas; la aparición de un pequeño pasquín puede llevar a confiscar decenas de máquinas de escribir para averiguar la identidad del disidente.
El eslovaco Ivan Ostrochovský filma su segundo largo de ficción en unos escuetos 75 minutos con una estructura de puzle, pues se dan pocos datos, los diálogos son escasos y el espectador ha de ir situándose en la época histórica, desentrañando las claves políticas y los usos de la represión totalitaria. Para mantener la intriga, la historia de los jóvenes seminaristas se construye a partir de un flashback donde vemos que la policía se deshace de un cuerpo ensangrentado en un camino bajo un puente. Al final queda una historia bastante escueta, casi anecdótica y narrada con grandes pinceladas a modo de boceto; creo que al director le ha interesado más transmitir un clima, dar cuenta de la asfixia ideológica, la miseria moral y el miedo a la represión del régimen. Y consigue este clima con trazos certeros; aunque no sepamos demasiado sobre la Checoslovaquia de los setenta y ochenta, se plasman las incertidumbres de los seminaristas y de los sacerdotes ante la prepotencia y brutalidad policial. Un estilo que es un acierto, con fe en las imágenes y capacidad de fascinar al espectador, más de atraer que de convencer con lógica verbocéntrica.
La oportunidad de una historia como Siervos se justifica desde el título, que hace referencia tanto a los religiosos sometidos —y físicamente encerrados en el edificio del seminario— como a los propios policías, serviles hacia sus mandos y, en el fondo, meros ejecutores de órdenes superiores. Esto viene muy bien simbolizado en las manchas en la piel que le salen al policía, somatización del desasosiego moral que atormenta al torturador. El director considera que la historia está vigente en un momento en que «la gente está siendo atemorizada y contagiada de incertidumbre a través de los medios de comunicación, los partidos políticos, los sacerdotes y los intelectuales a partes iguales».
Siervos plantea la dificultad de las respuestas y opciones morales en esas incertidumbres, por ello trasciende la época. No toma partido, no hace juicio de los que se rindieron ni encumbra a los héroes. Con cierta distancia, se hacen preguntas que presuponen contradicciones inherentes a la condición humana.