La venganza es mía, todos los demás pagan en efectivo (Edwin, 2021)
En Indonesia a finales de los años 80, Ajo Kawir (Marthino Lio) es un joven con una afinidad por la violencia. Avergonzado de su disfunción eréctil, expresa su masculinidad mediante luchas y situaciones peligrosas, como la que le lleva a enfrentarse a Iteung (Ladya Cheryl), una joven guardaespaldas y conocedora de las artes marciales de la que se enamora.
Basada en una novela del mismo rocambolesco título escrita por Eka Kurniawan,’ La venganza es mía, todos los demás pagan en efectivo’ se ambienta durante la época del “Nuevo Orden” de Suharto, cuando la violencia estaba muy normalizada en el país y todo se gobernaba por estándares militares. En este contexto, el director indonesio Edwin integra una historia de amor marcada por esas normas, y además introduce la idea de la sobrecompensación de la masculinidad por parte de un personaje que se siente inadecuado debido a su impotencia.
La fotografía analógica de Akiko Ashizawa enfatiza el estilo retro de la realización, con zooms y cortes que han sido comparados con el cine de Tarantino. También los detalles como las pintadas y lemas, habitualmente mensajes violentos, en las partes traseras de los camiones enriquecen la sensación fantasiosa y de serie B del film, trayendo al frente la rivalidad existente entre camioneros. Narrativamente, el guion avanza sin frenos, tomando caminos aleatorios que llevan la historia a terrenos nuevos de forma algo desorientante, navegando entre diferentes tonos y géneros sin llegar a asentarse ni llegar a ningún lugar claro. No obstante, destacan las escenas de pelea, excelentemente coreografiadas y ejecutadas, y la exploración de la conducta masculina en contextos represivos en los que se erradica todo lo humano y sentimental, y de la violencia como forma de expresión.
El rey de todo el mundo (Carlos Saura, 2021)
En su nueva película, el maestro Carlos Saura dedica un homenaje a la cultura, el pasado y, sobre todo, la música mejicana mediante el contexto de la producción de un musical. Manuel, el director, convence primero a Sara de que sea la coreógrafa. Durante el proceso de audiciones, Inés, Diego y Juan son algunos de los jóvenes bailarines que son seleccionados y aspiran a los papeles protagonistas, entre los que surge una especie de triángulo amoroso.
Para empezar, hay que subrayar la absoluta belleza de la fotografía de Vittorio Storaro, conocido por su trabajo con directores como Woody Allen, Bernardo Bertolucci o Francis Ford Coppola. En esta obra muestra su talento inigualable de capturar la luz y los movimientos de los bailarines, ya que las escenas que más destacan en ‘El rey de todo el mundo’ son aquellas que nos acercan a los ensayos de la obra que se está preparando. Los espejos, las siluetas, las luces azules o doradas, el ritmo del montaje, los arreglos de las canciones tradicionales mejicanas, y las coreografías tienen un resultado ensimismante, y por sí solas podrían ser motivo suficiente para darle una oportunidad a la película.
La coraza que rodea a estas valiosas imágenes, no obstante, no cuaja del todo. Se trata de un intento de metaficción en el que aquello que vemos en pantalla, tanto fuera como dentro de la producción teatral se refiere simultáneamente al musical que preparan como a la película en sí. O algo así. Por ejemplo, se alude a un “director de fotografía” como parte del equipo creativo de la obra, y en una instancia vemos la cámara deslizándose sobre un rail reflejada en el espejo de la sala en la que ensayan. O por otro lado, la escena inicial de la película resulta ser textualmente la escena inicial del musical. Desde luego, el resultado podría haber sido interesante, pero no se compromete del todo por esa fantasía metatextual, y el resultado es una mezcla de conceptos que no han sido desarrollados hasta el final. Además, parece que emplea el elemento meta para justificar algunos de los defectos del film, pero el hecho de que uno de los personajes diga del texto que lee durante su audición que parece sacado de una telenovela no me hace ser permisiva con los diálogos cutres y las interpretaciones reguleras.
Fuera del teatro, se desarrolla una historia relacionada con el padre de Inés, la actriz principal de la obra, y otra sobre el pasado romántico entre director y coreógrafa. Ambas lastran el ritmo y nos hacen desear que volvamos cuanto antes a los bailes. Una de las primeras películas musicales de la historia del cine, ‘La calle 42’ (1933), la cual menciona uno de los personajes, mostraba también los ensayos de una producción musical, así como los dramas entre bastidores, los cuales eran simplemente un relleno entre números musicales, el verdadero gancho. También, películas musicales desde ‘A Chorus Line’ (1985) hasta ‘High School Musical’ (2006), sin ir más lejos, han retratado de una forma o de otra el proceso de creación teatral y han explotado el potencial dramático de dicho contexto. En este caso, el deseo de ir más allá y rizar el rizo acaba provocando una sensación de falta de continuidad y de claridad, cuando los números musicales y su correspondiente homenaje a Méjico son más que suficientes para formar una película entretenida y de valor artístico.
Funny boy (Deepa Mehta, 2020)
En los años 70 en Sri Lanka, la tensión entre la minoría tamil y la poderosa mayoría cingalesa estaba en aumento, hasta que en 1983 estalló la guerra civil. En este contexto crece Arjie (Arush Nand), un niño de familia tamil adinerada que no es como los demás niños. Prefiere vestirse de novia cuando juega a las bodas con las niñas, no se le da demasiado bien el criquet ni el tenis, y su madre considera que es “creativo”, y “artístico”. ‘Funny Boy’ se basa en la obra homónima del autor tamil y canadiense Shyam Selvadurai, publicada en 1994.
Esta nueva película de la directora india Deepa Mehta explora el descubrimiento de la identidad sexual en un contexto represivo. Evidentemente, no es algo que no hayamos visto antes. La primera mitad del metraje, en la que Arjie es todavía niño, se caracteriza por una simpleza narrativa que le sienta bastante bien. Su tía Radha (Agam Darshi), recién regresada de Canadá, ha adquirido una mirada mucho más liberal que el resto de la familia, por lo que es la única que acepta aquello que hace a Arjie “diferente” y “raro”, animándole a participar en una obra musical y pintándole las uñas de los pies (“un feliz secreto”). El conflicto político es meramente un trasfondo, y pasamos el tiempo suficiente con el protagonista como para cogerle cariño.
En la segunda mitad, no obstante, se complica la cosa. Conocemos al Arjie adolescente (Brandon Ingram), y mientras que su viaje de aceptación, así como la exploración de la heteronormatividad, sigue teniendo cierto interés, todo se ve sofocado por la trama relacionada con la guerra civil. De esta forma, realmente ninguna de las dos líneas consiguen tener el suficiente impacto, y no hay balance entre ellas. El romance entre el protagonista y Shehan (Rehan Mudannayake), un compañero de clase cingalés que cita a Oscar Wilde y tiene pósters de David Bowie en su habitación, es tierna y fuente de algunas de las mejores escenas, como en la que bailan ‘Every Breath You Take’ en un gallinero. Mientras tanto, surge la trama de Jegan, un miembro de los Tamil Tigers (grupo de guerrilla que defendía la creación de un estado independiente tamil) amigo de la familia, y la discriminación hacia los tamil, los ataques y la violencia pasan al frente. Al saltar entre una cosa y otra, acaba sin ahondar en ninguna, todo se queda al nivel de la superficie.
Se emplea esporádicamente el recurso de sustituir al Arjie niño por el Arjie adolescente en algunos planos de la primera mitad, y viceversa en la segunda para enfatizar el camino que le queda por recorrer o que ya ha recorrido. Su efecto es simpático, sin duda, pero la falta de profundización en ese camino psicológico del personaje hace que se quede en un simple truco y no mucho más. Otras debilidades del guion también contribuyen a la falta de impacto emocional del film, como la redención casi automática del padre, el conflicto sin propósito entre madre y padre en relación a los Tamil Tigers, o la falta de cierre en la historia de la tía Radha.
‘Funny Boy’ hace su mejor trabajo cuando se centra en la experiencia queer, la cual puede resultar inspiradora desde el punto de vista de la representación, a pesar de su simpleza y su caída en algún que otro cliché. También destaca la bella y atmosférica banda sonora de Howard Shore.
Existe cierta controversia rodeando esta película desde el punto de vista tamil. Aunque no puedo hablar de parte de este colectivo, me parece importante incluir sus quejas en este respecto. La película ha sido criticada por su invisibilización de la identidad tamil al no incluir apenas actores tamil en el elenco, y que aquellos que interpretan a tales personajes hacen una chapuza del acento e idioma, lo cual es particularmente dañino considerando que representan un conflicto en el que la lengua tamil era oprimida. En algunas versiones de la película hay diálogos que han sido doblados por este motivo. Esto me lleva a concluir que ‘Funny Boy’ ha sido creada para un público occidental y liberal, y no tanto para aquellos a los que representa.