«La Crisis» sufrida en los últimos años, ya sea a nivel personal, familiar o colectivo, se ha convertido en un tema que atraviesa de un modo u otro una gran parte de cintas que podemos ver en el cine europeo. En el caso de Portugal se hace más patente aún, viendo el hecho de que en esta edición del Festival de Sevilla dos producciones tratan de frente el tema: Colo de Teresa Villaverde, proyectada en la sección Nuevas Olas, y la que nos ocupa, A fabrica de nada de Pedro Pinho.
A fabrica de nada se presenta como una obra colectiva, recogiendo en cierto modo el mismo espíritu que lleva a unos obreros de un fábrica de ascensores a hacerse cargo de la empresa que está destinada a cerrar sus puertas. Por el camino, seremos testigos de las mil y una discusiones sobre cómo proceder ante el sorpresivo anuncio de “reformas” y “cambios de rumbo” y los enfrentamientos no solo de los trabajadores con sus patronos sino de los efectos que este cambio supone en sus relaciones afectivas.
Contado así podría parecer que A fabrica de nada se sumerge en el más desalentador dramatismo marca de la casa del cine europeo. Pero nada más lejos de la realidad. La película no rehuye en ningún momento su carga dramática ni su ferviente compromiso con lo que está contando, pero ello no le impide apostar por un tono más esperanzado del que estamos acostumbrados. El tono entre ficción y documental nos hace ver a sus personajes con enorme naturalidad y aunque en todo momento sepamos que lo que estamos viendo está ficcionado, la realidad es tozuda y se empeña en entrar en escena. Así, el retrato colectivo se aparta en ciertos momentos para atender las intimidades de un par de personajes como dando a entender que no todo es la fábrica y que también hay un mundo más allá.
A fabrica de nada además intenta aportar y ser testigo de la mayor parte de puntos de vista, desde el de los obreros que quieren llevar un plato a casa al de los intelectuales que teorizan y divagan sobre los males del capitalismo y los problemas de la autogestión, hasta la pequeña historia de un director de cine que pretende realizar un «musical neorrealista» con el caso. Estas digresiones llevan a la película a extenderse hasta los 177 minutos que aun así se ven con agrado y tristeza por lo profundamente humano que resulta el hecho transmitido. Aun así, hubiera sido deseable un retrato menos tosco de los jefes (y los empleados al servicio de los mismos) que acaban siendo demasiado caricaturescos.