Durante todo el metraje de Red Rocket, Sean Baker nos introduce en la Texas más paleta y pone de fondo la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016. No es casualidad: Red Rocket es una película que tira a dar desde la propia construcción de su personajes protagonistas, un actor porno fracasado que vuelve desde Hollywood para descubrir que ni su propia mujer le quiere cerca, y que aprovecha su tiempo allí para engatusar a una menor de edad, hundir la vida de todos los que le rodean y sacar dinero vendiendo droga a los trabajadores de una fábrica cercana.
Mikey es un personaje moralmente repugnante, pero también carismático: es alguien de quien uno podría ser amigo fácilmente. Tiene facilidad de habla, historias fascinantes, ha vivido la buena vida… Entonces, ¿qué hace perdido en su pueblucho natal? Aunque la película solo da pinceladas sobre su vida pasada, es lo suficiente para ver que es una auténtica víbora capaz de hacer cualquier cosa por sobrevivir. Especialmente si esa cosa está al borde de la ley y puede meter en líos a más de una persona.
Baker muestra el contraste entre los bellos parajes tejanos y la vida de pobredumbre que viven sus habitantes de una manera sutil, sin incidir en ello: el núcleo de la historia es Mikey, un personaje creado para amar odiarle, y que bajo su caparazón de persona hecha a sí misma y libre esconde instinto de supervivencia malsano, maldad pura y masculinidad tóxica que no tiene ningún interés en reciclar. Red Rocket es una película envenenada, repleta de malicia y que marca otra muesca más en la búsqueda de Baker de la auténtica América, tras retratar el mundo de las familias menos afortunadas desde el punto de vista infantil en The Florida Project o el Hollywood que nadie se espera al visitar Los Angeles en Tangerine. Un director fabuloso que, una vez más, da en el clavo.