Tenemos un problema con el cine indie americano, lo que una vez fue renovar el cine, ahora se ha transformado en una manera tediosa y aburrida de ver las cosas.
Es el caso de Prince Avalanche, que a priori lo tiene todo para ser una buena película, lo pierde una y otra vez a base de situaciones absurdas cercanas a la enajenación mental y planos excesivamente largos que no llevan a ningún lado. Dirigida por David Gordon Green, causante de cosas como Cuesta abajo y sin frenos y Superfumados (no os dejéis engañar por la calidad de sus nombres), se ve ahogado por no ser capaz de controlar a dos actores en un espacio vacío y parece ser que a menos elementos en un espacio, más grande le viene la situación.
Pero claro, cuando uno espera mucho de una película que tiene en nómina a Paul Rudd, puede pasar esto. Que su tedioso visionado y sus casi 80 minutos de duración se transformen en una sesión privada vintage y moderna de Guantánamo. ¿Qué sentido tiene hacer una película sobre algo que se puede resolver en un cortometraje? ¿O incluso un sketch? Ese es sin duda el gran problema de ‘Prince Avalanche’, que un remake de una película islandesa (Á annan veg) de la que nunca oiremos hablar.
Y es que estamos cayendo una y otra vez en los mismos fallos. ¿Acaso por ver a dos inadaptados rarunos tenemos que alabar una película?, ¿o porque tenga una fotografía cercana a las nuevas técnicas que tanto daño están haciendo a nuestras adolescentes, tiene ya que ser una película de culto?
En definitiva, este enfrentamiento de un cambio generacional que en realidad no va de nada es imposible de creer y aguantar por todo lo arriba mencionado, y añadiendo una mala elección de casting, ya que esa diferencia de edad está ausente, puesto que tanto Paul Rudd como Emile Hirsch son dos actores perfectos para encarnar a adolescentes o adultos que no han sabido crecer y no a dos inadaptados que sólo buscan el amor.