Por mucho que el propio interesado lo niegue, Woody Allen ha supuesto una enorme influencia para mucho cineasta dado al género romántico. Este hecho evidente en realidad no ha generado grandes nombres ni películas respetables, más allá de Richard Linklater, por poner un ejemplo un poco traído por los pelos. En el caso que nos ocupa, París-Manhattan, de la debutante Sophie Lellouche, quiere rendir homenaje presentando la historia de Alice, una joven farmacéutica que receta a sus clientes películas del director neoyorquino, mientras ella intenta resolver su caótica vida sentimental.
París-Manhattan desaprovecha muchas buenas ideas de su personaje principal, así como todos los hallazgos propios del cine de Woody Allen. Alice planifica su vida como si de una película de Allen se tratase y mantiene conversaciones con el director, que en realidad son frases extraídas de sus películas. Este recurso, que nos recuerda al de Allen hablando con Bogart en Sueños de un seductor, no tiene mayor relevancia más allá de un par de escenas.
Del mismo modo, la trama romántica tampoco tiene demasiado vuelo y solo la presencia del propio Woody Allen en el tercio final de la película nos saca un poco del aburrimiento que es capaz de conseguir París-Manhattan en sus 75 minutos. Tendremos que esperar a que venga otro cineasta y use al maestro neyorquino de mejor forma, con más ingenio y, por supuesto, más talento. Allen no merece este triste homenaje.
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