Les chatouilles (–)
Estaba yo, durante el visionado de Les chatouilles, haciendo mis cavilaciones de crítico sesudo acerca de cómo abordar una película que trata una temática tan compleja como la pedofilia. Con mi insigne visión analítica de una agudeza desbordante discernía los puntos fuertes y débiles de la cinta mientras reflexionaba sobre cuál podría ser la manera más adecuada de cohesionar todo aquello y plasmarlo en lo que sería mi brillante crítica posterior: sí, un buen manejo del humor y de la fantasía para atenuar de forma terapéutica el trauma expuesto, ajá; bien el planteamiento visual, mediante el uso de transiciones fluidas, de la memoria y el recuerdo, ok; quizá la película, bastante irregular en su desarrollo, termine por desmoronarse en el tercer acto, vaya por dios.
En la ronda de preguntas y respuestas Pierre Deladonchamps, quien interpreta en Les chatouilles el papel del pederasta, nos informa de que en esta película Andréa Bescond, guionista y directora, está narrando su propia historia. La víctima nos está hablando de su trauma personal y el papel crucial que el arte –la danza, el teatro y el cine– supuso para el tratamiento y superación del mismo.
Esta revelación rompe necesariamente todos los esquemas mentales que había estado construyendo hasta el momento en base al modo más apropiado de aproximarme a la película, inmediatamente cualquier juicio de valor que yo pueda ejercer sobre este trabajo se me antoja frívolo y superficial, incluso cínico. Puedo opinar sobre aspectos puramente audiovisuales y narrativos, por supuesto, pero preferiría no hacerlo.
Les chatouilles pretende, ante todo, crear un tipo de conciencia y sensibilización que se traduzca en una mayor y más eficaz protección del menor para evitar así casos como el que nos cuenta; esta película no necesita de críticos, sino de divulgadores.
Dilili en París (***)
El prestigioso autor francés de cine de animación Michel Ocelot –Kirikú y la bruja o Azur y Asmar se encuentran entre sus obras más notables– vuelve con Dilili en París para contarnos una nueva fábula, en esta ocasión acerca de la opresión y el sometimiento que la sociedad ejerce sobre la mujer. Nuestra guía serán los puros, inocentes y, a al mismo tiempo, cegadoramente lúcidos ojos de Dilili, una niña –tan adorablemente redicha como Kirikú– que llega a Francia procedente de Nueva Caledonia.
El descubrimiento de París desde la perspectiva de Dilili, que sigue la pista de un secuestrador de chicas jóvenes, convierte la cinta en una especie de dispositivo museístico a través del cual visitamos, como si fueran galerías, lugares y personajes insignes de la ciudad durante el periodo de la Belle Époque. Cobran especial relevancia, en armonía con las enseñanzas que persigue esta parábola, las personalidades femeninas con las que se encuentra Dilili –algunas de ellas abstracciones mediante–: Emma Calvé, Marie Curie, Louise Michel, Sarah Bernhardt o Camille Claudel, entre otras.
El general tono cándido e infantil con que avanza el filme, suministrado por un humor tierno de una ligereza tan agradable como sonrojante en ocasiones, suaviza con efectividad momentos puntuales de abyecta violencia en la representación de la humillación femenina; de forma similar a quien le da una medicina a un niño mezclándosela con comida para que no note tanto el sabor amargo pero tenga en él igual efecto.
Les rois mongols (**1/2)
El actor y director quebequés Luc Picard presenta con Les rois mongols –adaptación de la novela Salut mon roi mongol!, escrita por Nicole Bélanger– un drama sobre la desprotección infantil que narra la historia de la joven Manon (Milya Corbeil-Gauvreau), de 12 años de edad, y su hermano pequeño Mimi (Anthony Bouchard), quienes, fruto de una familia desestructurada por la enfermedad –tanto física como mental de sus progenitores– se encuentran en proceso de ser dados en acogida. Manon tiene un plan, quizá no demasiado meditado: secuestrar a una anciana como medio para reclamar el derecho a decidir sobre sus propias vidas. Para ello, contará con la ayuda de sus primos Martin (Henri Richer-Picard, hijo del director) y Denis (Alexis Guay).
En el muy logrado contexto histórico del Montreal de los años 70 –con el país inmerso en la llamada crisis de octubre, la cual inspira los actos de los jóvenes protagonistas– estos goonies desamparados buscan el personal tesoro de crear un hogar propio en el que sentirse libres e integrados. La señora mayor raptada, Rose (Clare Coulter), acabará por erigirse ella misma en familia provisional de los niños, a través del abrazo de un síndrome de Estocolmo que nace de las carencias afectivo-familiares de ambas partes –secuestradores/secuestrada–.
Sin embargo, aunque esta evolución –desde aterrada víctima de secuestro hasta tierna abuelita que hace pasteles y teje disfraces de Mickey Mouse a sus traviesillos nietos– tenga la potencialidad de ser el verdadero eje de interés del filme, Les rois mongols parece perderse durante gran parte de su metraje en aspectos que resultan más bien circunstanciales, centrando su desarrollo en lo que quizá habría funcionado mejor como mero contexto.