Tras ver Oasis: Supersonic, la epopeya de cómo dos paletos pueden conquistar el mundo a través de una música con mucha floritura emocional, me sorprende ver que poco o nada ha trascendido su estreno en nuestras salas.
Con el sello de los productores de Amy, la película que recoge los primeros años de Oasis, resulta una experiencia audiovisual completa, donde en lugar de tener los típicos bustos parlantes de documental, opta por basarse en imágenes de archivo y animaciones, entremezclándolo con las voces de sus protagonistas, logrando una vorágine de colores, historias y datos que logran que experimentemos lo que sintieron Lennon y McCartney al componer el final de A day in the life. Esto, que es su principal baza, puede dificultar el visionado a los espectadores menos avispados, que les costará entrar en el teje-maneje de los Gallaghers, cuyo esfuerzo será galardonado con una banda sonora que nos llevará a ese bar de pueblo que pretendía ser grunge y ponía Wonderwall en bucle.
El acercamiento a la peleas de hermanos, con su poco de gresca-hooligan-de bar, es parcial, dejando de un lado el amarillismo que tanto copó durante años en las revistas, presentando a Noel y Liam como dos personas – con un horrendo acento británico- que vivieron la vida con mucha pasión -la suficiente como para sobrevivirla mientras se drogaban- con tanta, que no supieron cuándo había que dejarlo. Pero eso es otra historia.
Sin duda Oasis: Supersonic es un acierto para todos aquellos que les guste los documentales musicales, ya sean fans o no.