Hace tres años un director sueco, David F. Sandberg, rodó un corto de terror que se hizo viral en la red y que asusto a más de uno, entre los que yo me incluyo. Ahora, en el 2016, él mismo alarga y multiplica un susto que antes duraba no más de tres minutos con Nunca apagues la luz, una película que fracasa estrepitosamente al hacer eso. Lo que funciona en pequeños tiempos se desgracia cuando el minutaje aumenta. Intenta darle una explicación a algo que no lo necesita y se inventa una absurda historia de fantasmas malévolos muy americana pero carente de todo interés. No solo eso. Vuelve a colocar en escena a un niño y una habitación a oscuras que ya hemos visto tantas veces. Esta vez no vuela por los aires el hada de los dientes Matilda Dixon de En la oscuridad o el terror no son unos monstruos que solo salen cuando se hace de noche, ¿verdad Riddick? Diana es una niña, bastante crecidita para su edad que celosa atacará, perseguirá y asesinará a todo aquel que se le acerque a su mejor amiga, una madura Maria Bello. Hay amistades que matan y esta es una de ellas. En su contra tiene a un pequeño mocoso que se interpone en su camino y al que hace todo tipo de perrerías, una joven moderna que no cree en las relaciones amorosas y que devora novios como si fuera una mantis y un valiente hombretón que intenta romper con esa norma no escrita buscando ser más que un noviete de usar y tirar. De hecho lo es, se convierte en el gracioso de turno y la posible siguiente víctima de un fantasma vengador que vive y acecha en la oscuridad, flota en el aire a veces como la Mama de Guillermo del Toro y se arrastra y se acuclilla como los espíritus de las películas orientales aunque esta vez sin pelo largo moreno llegando hasta el suelo.
Lo mejor de Nunca apagues la luz es que dura solo 80 minutos ¡gracias a Dios! Normalmente cruzo las piernas en el cine cuando me aburro soberanamente viendo algo. Es mi inconsciente medidor, el siguiente son los bostezos. Aproximadamente realicé esta acción seis o siete veces. Esto da una medida de lo previsible que es todo y de lo poco que llegó a entusiasmarme este film. Está claro que la oscuridad aumenta nuestros miedos pues no sabemos ni vemos lo que hay en ella. Lo desconocido hace que nos imaginemos cualquier cosa. Además no tenemos una visión de aquello que nos rodea, estando ciegos e indefensos ante cualquier ataque. Todo esto unido crea en nosotros un gran malestar que se traduce en un nerviosismo de alto nivel y un evidente terror que desaparece en cuanto se hace la luz ya sea de velas, linternas u otros objetos varios que como no salen en esta película, algunos encontrados porque el guion lo exige no porque su hallazgo sea lógico.
Todos los ingredientes que normalmente solemos encontrarnos en producciones de este género están presentes en Nunca apagues la luz, pero a ninguno se le ha dado vuelta alguna. Sótanos oscuros a los que sabemos que nunca hay que bajar, regreso a lugares donde el peligro es una constante, locas persecuciones hacía el infinito y más allá o locura humana que al final entra en razón se disputan el primer premio a elemento más repetido en películas de miedo. Poner a una chica guapa como protagonista no es el reclamo que los amantes de este género esperamos, ni mucho menos. Tampoco repetir viejos clichés que en el pasado a veces funcionaron, eso ya no cuela.
Nunca apagues la luz solo entretiene y parece interesante de día y con todo encendido cuando los únicos fantasmas son un pasado que no te abandona y que te margina del resto de los mortales. Pesa más el drama de vivir sola alejada de una madre muy pero que muy ida y de un padre que les abandonó hace años que el horror de un espíritu que nunca duerme y que te persigue y acosa desde niña. A veces es mejor dejar las cosas como están si son buenas. Yo me quedo con el corto ¡no hay color!