La primera vez que vi Valhalla Rising no estaba muy seguro de haber alcanzado el majestuoso salón de los caídos al que se refiere la mitología nórdica, pero sí que caí en el más profundo de los sueños, transportado por eternas miradas al infinito que no conseguía descifrar. Ahora, con toda la filmografía anterior de Nicolas Winding Refn inyectada en vena, me dispuse a repetir el viaje, por lo que sacrifiqué mi ojo izquierdo para intentar ver más allá de la película más esotérica y mística de este retorcido director. Debo reconocer que dicha mutilación solamente me ha servido para descubrir nuevos silencios en la niebla, pero ahora sí que estoy seguro: hay algo grande aquí y vamos a tratar de demostrarlo.
Valhalla Rising abre con los siguientes créditos iniciales: «Al principio de los tiempos, solo estaban el hombre y la naturaleza. Los hombres llegaron portando cruces y expulsaron a los infieles a los confines de la tierra”. Es lo más parecido a un contexto histórico y social, ambiguo, eso sí, que vamos a tener en toda la película, pero no necesitamos saber nada más para enfrascarnos en lo que veremos a continuación. Winding Refn nos sitúa, con unos sobrecogedores planos iniciales, en las majestuosas cumbres del paisaje nórdico, que cortan el viento con la misma facilidad con la que atraviesan las nubes, y nos presenta las violentas tribus vikingas que en ellas habitan, unas paganas y otras cristianas. En una de estas tribus, un hombre (Mads Mikkelsen), al que apodarán “One-Eye”, vive enjaulado y encadenado a la roca de la montaña. No se mencionará su verdadero nombre ni sabremos cómo suena su voz en todo lo que queda de metraje, pero sí descubriremos que, a pesar de ser tuerto, puede ver más allá que cualquier otro ser humano, experimentando reveladoras visiones que tiñen la pantalla de rojo. También sabremos, mediante un excelente uso del lenguaje visual, que es un guerrero brutal e implacable, motivo por el cual es forzado a participar como esclavo en crueles peleas a muerte.
Una vez establecido el difuso punto de origen que da pie a nuestra historia, presentado nuestro antihéroe —muy del estilo del director danés— y habiendo pasado siete minutos desde aquellos créditos iniciales, aparece la primera línea de diálogo de la película. El escueto guion (120 líneas de diálogo en total, algo muy alejado del mínimo que marcan los estándares) es extremadamente conciso en el intercambio de palabras entre sus protagonistas, lo que podría desembocar en un hermetismo casi impenetrable para la mayoría del público comercial, anclado en una peligrosa zona de confort donde todo lo que se consume tiende en demasía a la obviedad, pero lo cierto es que el guion, en conjunto con las poderosas imágenes que lo materializan, —hiladas con maestría a través de una narrativa visual sugestiva e imaginativa— puede presumir de ser gratamente complejo una vez nos abandonamos a los secretos que esconde su mitología (los paralelismos del protagonista con el dios Odín); a sus posibles interpretaciones; y a las diferentes reflexiones que se realizan sobre la relación del hombre con un ente superior (religión) y con la naturaleza (supervivencia), lo que dará pie a infinitas y singulares conjeturas tras el visionado de Valhalla Rising (y a interesantísimas charlas acompañadas de unas cervezas).
Lejos de arrepentirse de esta declaración de estilo, Winding Refn la afianzará en próximas ocasiones. De hecho, ya pudimos percibir retazos de sus verdaderas intenciones estilísticas en 2003 con Fear X, que inexplicablemente se consideró un fracaso, pero será a partir de aquí cuando decida apostarlo todo por este estilo cinematográfico totalmente libre de ataduras argumentales, convirtiéndose en un brillante exponente de la narrativa puramente visual contemporánea. No es casualidad, por tanto, que Winding Refn considere Valhalla Rising como su favorita de entre todas las que ha realizado, pues aúna la mirada explícita y cruda que realiza sobre la violencia y el ansia de redención en la saga Pusher con cierta tendencia futura a conseguir una atmósfera onírica a través de planos largos, preciosistas y poéticos, sirviendo como nexo de unión entre sus diferentes etapas como director.
Intentar despejar la densa niebla que cubre los diferentes actos de esta psicodélica película sería lo más parecido a perderse intentando explicar las sensaciones que se experimentan durante un viaje de ácido —el propio Nicolas Winding Refn concibió la película como tal— por lo que os recomiendo que os atreváis a descender por cuenta propia al infierno del que proviene One-Eye sin temor a que la locura o el sueño se apoderen de vuestras almas.
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